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19, octubre 2023 - 15:46

┃ Arturo Méndez

La Carrera Panamericana tiene mecánicos que trabajan en condiciones difíciles. FOTO: Arturo Méndez | ESTO

Matehuala, Coa.- La Carrera Panamericana vivió siete días de intensa competencia entre los más de 70 pilotos registrados a lo largo de las carreteras nacionales. Sin embargo, esa no fue la única disputa que se llevó a cabo durante la larga travesía de más de 3 mil 600 kilómetros. Los equipos de mecánicos vivieron su propia lucha por llevar acabo su labor en complicadas condiciones en cada ciudad visitada.

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Y es que los aficionados podrían pensar que el trabajo de los ingenieros, mecánicos y staff de cada equipo se remite sólo a las dos paradas de mantenimiento qué hubo cada día. Pero lo cierto es que durante la noche, al finalizar cada una de las etapas, lo verdaderamente difícil comenzó.

Al arribar a cada uno de los arcos de meta una serie de tareas muy bien coordinadas cuál reloj suizo tenía su banderazo propio. Mientras los pilotos corrían a máxima velocidad las etapas, pacientemente sus remolques eran jalados por las camionetas de sus mecánicos.

Al llegar a la ciudad de destino, el estacionamiento del hotel en el cual piloto y navegante subían a descansar se convirtió en un taller mecánico improvisado. Los remolques y campers abrieron sus puertas, levantaron las cortinas y pusieron manos a la obra en sus vehículos para el servicio correspondiente.

Uno de los casos más sonados esta edición 36 fue el del daño que sufrió ‘El Malditillo’ de Ricardo Cordero en la etapa 2 de Oaxaca a Ciudad de México. La transmisión de su studebaker se averió , por lo que sus posibilidades de regresar a la carrera eran prácticamente nulas. Con la fe puesta en su equipo de mecánicos, el mexicano fue a dormir la noche del domingo. Para el lunes en la mañana su coche estuvo en el arco de salida.

Cerca de las 10 de la noche los taladros neumáticos, los coches de llaves, las compresoras de aire y más sonidos característicos de taller mecánico comienzan a sonar en medio de la oscuridad.

Con lámparas pequeñas sujetadas a su cabeza, los mecánicos se meten debajo del chasis de los autos, buscan fallas, cambian piezas y corren de un lado a otro buscando soluciones.

Un pequeño refrigerio y un café a las 12 de la noche es suficiente para trabajar toda la noche y llevar el carro a la línea de salida. Sólo queda esperar al piloto mientras el resto del equipo reúne todas las herramientas, alista remolques y camiones para continuar la travesía.

“Yo me encargo de manejar y no duermo. Yo manejo y si acaso puedo dormir una hora en alguna parada me ha ido bien”, comentó Flavio Lavorpe en la visita a su ‘taller’.

Este compromiso es por amor al deporte motor, la recompensa es ver a su piloto en la cima del podio, son arquitectos de la hazaña.

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“La satisfacción de que tu coche sea un coche ganador es lo que más te da, que se te reconozca. Que somos los responsables del auto y la presión es total, nosotros tenemos la responsabilidad de la vida del piloto”, agregó Flavio.

En el último arco de meta en Monterrey los mecánicos terminan su propia Panamericana, una carrera contra ellos mismos, por su satisfacción personal. A guardar el coche y emprender camino a casa.