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Gachupineando
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Carlos Ruiz Villasuso

7, julio 2020 - 2:01

Gachupineando

Arqueología de la basura

Puede que sea cierto, que exista una arqueología de la basura. Dime que tiras y te diré quién eres, que comes, bebes, calzas, vistes, limpias, en qué espejo te mirabas antes de que se rompiera. La arqueología de la basura podría ser hoy ese enorme deshecho que consiste en todo lo que dijimos e hicimos y que, analizado detalladamente, fue sólo hecho para ser basura. La mentira hecha sólo para ser mentira. Con una excepción: en el toreo sus residuos tiene tanta verdad como la verdad máxima.

En el vertedero del toreo no hay otra cosa que los restos del fracaso más heroico. El más desinteresado. En realidad, es un sumidero de sueños sin defectos al ser soñados, pero defectuosos al hacerlos reales. Una cornada. Un no puedo aunque quiera. Esa tarde que tuvo que ser y no fue. Un ego, un error, una propuesta que sólo era arrogancia, un flamenquismo que no era arte sino postureo.

Es tan arqueología del toreo José Tomás como ese desconocido que llegó al fracaso a través de un sueño que la realidad tumbó en el primer asalto. La bolsa de basura de un novillero está llena de una verdad casi melancólica, blanca, transparente, una basura inocente. Nada de lo que dijo o hizo ese día no era verdad, aunque no la cumpliera. Se trataba de una verdad no alcanzable. Pero lo era. La historia del toreo es, casi, una historia de desconocidos o desparecidos, los que no llegaron.

Aparecieron y desparecieron y solo algunos se mantuvieron. El toreo podría desaparecer si un día su presente sólo está compuesto de los desaparecidos, de los que no llegaron, de los que no accedieron al corazón ni a la sensibilidad ni al alma o latir de las gentes. Una posibilidad natural que sólo es posible dentro del arte, de la propia cultura, que desaparece cuando ya no sirve a los corazones y sus emociones. El toreo no tiene miedo a morir, sino a que lo maten. Es decir, a que lo prohíban.