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2, enero 2024 - 20:50

┃ José Ángel Rueda

Tom Brady no olvida a Michigan. Foto: Cortesía

A pesar de que la figura de Tom Brady estará eternamente ligada a los colores de los Patriots y los Buccaneers, equipos con los que construyó su legado de siete Super Bowls. Una parte del histórico mariscal de campo le pertenecerá por siempre al azul marino con oro, los tonos que le dan vida al programa de la Universidad de Michigan, de donde es egresado

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Tom Brady no oculta sus orígenes, a menudo se le suele ver con la gorra que corona su pasado, con la tradicional M. El símbolo solitario, bien atento a lo que ocurre con el equipo en el que creció, cuando nadie imaginaba que lograría lo que finalmente logró, reescribir la estadística de la NFL y convertirse en el más grande de todos los tiempos. El legendario QB se ilusiona con un nuevo título, el que rompa la sequía de casi tres décadas.

Por aquellos días, en la segunda mitad de la década de los años noventas. Tom Brady no utilizaba el conocido número 12, con el cual patentó sus andanzas en Nueva Inglaterra y Tampa Bay, por poco más de dos décadas, sino que era el 10 el que lo cobijaba.

Tras su paso en la preparatoria, Tom Brady llegó a Michigan en 1996. No fue uno de esos quarterbacks que ganó la titularidad de inmediato, sino que tuvo que esperar su turno. Durante su primera campaña apenas completó tres de cinco pases, de los cuales uno fue interceptado.

Tampoco logró sentir el vértigo de un pase de touchdown. En esa primera temporada, el mariscal de campo se dedicó a aprender de los más experimentados. El titular en aquel entonces en los Wolverines era Scott Dreisbach, quien no tendría demasiado éxito en los años posteriores.

Ya en la temporada 1997, fue Brian Griese el encargado de tomar las riendas de la ofensiva. Brady una vez más se dedicó a esperar una oportunidad. A lo largo de la campaña, el quarterback apenas completó 12 de 15 envíos para un total de 103 yardas, sin touchdown ni intercepciones.

Aquella campaña, sin embargo, lejos de lo numérico, le ayudó a Brady a saber lo que representaba estar en un equipo campeón. Michigan ganó sus 12 partidos para finalmente imponerse en el Rose Bowl a Washington State. Por aquel entonces no había partido por el campeonato, sin embargo, el comité encargado decidió otorgarle el título a los Wolverines.

Fue en la temporada 1998 cuando llegó la oportunidad para Tom Brady. El mariscal de campo fue el titular en 12 de los 13 partidos de la campaña, con un registro de 2427 yardas. 14 pases de touchdown y 10 intercepciones; es decir, números poco efectivos más allá de terminar con una marca de 10-3.

Un año más tarde, en 1999, su último como colegial, Brady tuvo una ligera mejoría. Al sumar 16 pases de touchdown por seis intercepciones, en cuanto a yardas terminó la campaña con 2217. Michigan cerró la temporada con marca de 10-2 y se impuso 35-34 nada menos que a Alabama, en una épica edición del Orange Bowl.

Aquel partido no solo marcó el final de la carrera de Brady en el futbol americano colegial, sino que de alguna manera demostró que era un quarterback hecho para los momentos importantes, al protagonizar una vertiginosa remontada en series extras.

El único que advirtió el potencial de Brady, sin embargo, fue Bill Belichcik. El entrenador en jefe de los Patriots utilizó su sexta ronda del draft del 2000, es decir, la selección 199, para reclutar al quarterback, sin saber que esa decisión cambiaría para siempre su vida, y la de muchos aficionados a la NFL.