
José Ángel Rueda
13, mayo 2020 - 2:00
Lo poquito que sabemos del Trinche Carlovich
Por José Ángel Rueda
En sus misterios de la vida diaria, Jorge Ibargüengoitia contó que una mañana recibió como siempre el periódico a la puerta de su casa. En la portada había una fotografía enorme de Rosario Castellanos, acompañada de la triste sentencia: murió. Le tomó un rato al escritor asimilar la muerte de su amiga.
Según cuenta, era una amistad esporádica. Se veían de vez en cuando, pero quedó una historia inconclusa. Entonces Ibargüengoita, a modo de homenaje, escribió algunas reflexiones sobre la muerte. Por ejemplo, a la muerte de un niño la describe como una incógnita, porque en realidad nadie sabe lo que deparaba un futuro que ya no es. La muerte de una persona de 30 años es apenas un balbuceo incoherente, porque su vida quedó tan inconclusa que no hubo tiempo para encontrar certezas. La de Rosario Castellanos, en cambio, a los 49, en plenitud de su vida, es una injusticia. Así como una injusticia fue también la propia muerte de Ibargüengoitia, en un accidente de avión. La muerte siempre será un misterio.
Entonces pienso en Tomás Felipe Carlovich, mejor conocido como el Trinche, ese futbolista argentino que construyó su leyenda de oídas. Y que sus jugadas trascendieron gracias a las palabras de su público, que quedaron maravillados ante su talento, y que luego iban por los barrios describiendo la magia de ese zurdo prodigioso, el mejor futbolista desconocido del mundo. El Trinche murió hace unos días, a los 74 años, o en realidad no murió, lo mataron con un golpe en la cabeza para robarle una bicicleta en las calles de Rosario. Pienso que su muerte también fue una injusticia, porque le arrebataron sus últimos años. Es curioso lo que hace la muerte con la gente. Como si de pronto de golpe se dibujara un legado tantas veces inadvertido. Al Trinche no le gustaban los reflectores. Jugaba por el amor al juego, no a la fama. En realidad había pocos videos de él. Unos cuantos, apenas. Su muerte, contrario seguro a lo que él hubiera querido, reveló un video inédito, como el último registro de una antología fantasma.
El video, de cinco minutos y medio, lo retrata en su madurez. Tenía 42 años, el mismo cabello alocado, y llevaba puesta la playera del Argentino de Monte Maíz, un pequeño club de Córdoba. Pese a la veteranía, el Trinche era incorruptible en su estilo. Jugaba de cinco, consciente de que el futbol lo necesitaba para nacer. Conducía el balón con la zurda, a un tiempo distinto. De vez en cuando tiraba algún taco o alguna gambeta en servicio del juego. Casi siempre sus intervenciones terminaban con un pase bien intencionado, desde el círculo central buscaba dejar solo al delantero, que quebraba la línea invisible del fuera de juego y corría en busca del regalo tantas veces prometido.
Al Trinche lo caracterizaba esa nobleza propia de los enganches argentinos.
Esos que prefieren poner un gol antes de hacerlo. El genio. El distinto. El Maradona, el Messi, el Riquelme, el Aimar, el Ortega, el Gallardo.
El público, tan afecto a esa clase de jugadores de talento desbordante, aprendió a venerarlo desde su escondite, ahí en los potreros. A su modo, claro, como quien mira de lejos.
EL DATO
TODO UN IDOLO
Tomás Felipe Carlovich nació en Rosario, Argentina, el 19 de abril de 1946. Se convirtió en ídolo de Central Córdoba, con quien jugó 236 partidos.
Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad de quien las emite y no de esta casa editorial. Aquí se respeta la libertad de expresión.
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