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Ida y vuelta. José Ángel Rueda
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José Ángel Rueda

14, julio 2022 - 4:55

Ida y vuelta

RIQUELME Y AIMAR

Siempre he creído que una de las mayores cualidades del futbol es que no sólo se juega en la cancha, sino también afuera de ella. Quiero decir que los que amamos el futbol, a menudo libramos férreas batallas con los amigos, o los rivales, donde defender con éxito nuestros colores equivale a un gol. Ahí, en esas discusiones, también se gana y se pierde.

Como es debido, son muchas las horas que le he dedicado a las enardecidas pláticas futboleras. La última que recuerdo tuvo lugar en la redacción del periódico, ese sitio donde nos juntamos cierta cantidad de locos que un buen día creímos que hablar de futbol era una buena forma de ganarnos la vida.

Digo lo anterior como una advertencia ante la auténtica incapacidad de distinguir en qué momento parar. La discusión era poco justa, porque en esos menesteres un dos contra uno a menudo deriva en una plática de sordos. Pero ahí estábamos, los tres, tratando de dirimir quién era mejor, si Pablo Aimar o Juan Román Riquelme.

Más allá de los riesgos que se corren al discutir algo tan abstracto como el juego de dos de los enganches más brillantes de las últimas décadas, el tema parece estar justificado. No fuimos los primeros ni seremos los últimos en preguntarnos lo mismo. En Argentina, por ejemplo, casi es una cuestión cultural, no tan polarizante como el Menotti-Bilardo, pero casi.

Yo, por supuesto, hipnotizado eternamente por la velocidad de su juego, defendía a Juan Román. Esa cadencia inexplicable de la gambeta y la manera tan suya de pisar el balón. El último pase, en un alarde de genialidad. Ellos, por el contrario, hablaban del vértigo de Pablito, de la gambeta a la velocidad de la luz, el caño, como una forma de expresión.

Aquella tarde, desde luego, no llegamos a ningún acuerdo.Tampoco era la intención, supongo. La conclusión llegó después, cuando en redes sociales me salió un video donde Pablito decía que al jugar contra Román había que ir por otra pelota, en un franco elogio al jugador que hizo del balón un monopolio. Riquelme, por el contrario, decía que el mejor de los dos era Aimar, porque gambeteaba a todos, lo único que había que hacer era darle la pelota. La franqueza con la que hablaban el uno del otro me hizo sentir cierta vergüenza al recordar aquella extensa discusión y la cara de aturdimiento de los que escuchaban nuestras palabras de manera involuntaria. Y tú y yo peleando, le dije a mi amigo, al enseñarle el video. El debate era absurdo, claro está.