José Ángel Rueda
7, julio 2022 - 5:37
Rafa Nadal
POR JOSÉ ANGEL RUEDA
Debo confesar que así como Eduardo Galeano iba por la vida como un limosnero en busca de un poquito de buen futbol, así voy yo en busca de un poquito de buen tenis, aunque sospecho que lo que busco no es buen tenis, sino partidos emocionantes, es decir, de esos que te tienen con el nervio de punta a pesar de que no simpatices con ningún tenista, hasta que de pronto te sorprendes celebrando alguno de sus puntos.
He tenido suerte la última semana, porque vi casi completo el partido entre Sinner y Alcaraz, y porque sintonicé a tiempo la batalla entre Frtiz y Nadal. También vi la mayoría del tenso enfrentamiento entre Kyrgios y Tsisipas; de lo único que me lamento es el haberme perdido la remontada de Djokovic contra Sinner, pero tampoco se puede todo, o acaso sí.
De todos esos partidos el que más disfruté fue el de Rafa Nadal contra Taylor Fritz, quiero decir, el espectáculo que supone ver a Rafael Nadal caminando por la delgada línea del abismo, y aún así no caer. Lejos de los títulos, que claro que cuentan, la personalidad del español encuentra el acomodo perfecto, como una pieza de rompecabezas, en la esencia del tenis.
Y es que pocos deportes son tan propensos a la épica como lo es el tenis, o como lo es Nadal, el épico. La cascada de sensaciones que surgen de cada punto, donde el acierto y el error conviven con una naturalidad aplastante, dos condiciones tan humanas como lo es hacerlo bien o hacerlo mal. El error no forzado; es decir, fallar cuando todo está puesto para no equivocarse, pero el tenis se alimenta de eso, de la equivocación. En ese escenario, no todos los tenistas son capaces de olvidar el error y salir adelante, al menos no como lo hacen Nadal, Djokovic o Federer, por hablar sólo de los de esta época, aunque esta época ya haya durado tanto.
Mientras veía a Rafa levantar los puños con el ceño fruncido, fue inevitable no admirarlo, no sentir eso que se siente cuando uno mira a los grandes veteranos difuminar los límites de la edad, la velocidad mental por encima de lo físico, el temple a consecuencia de los años. Las ganas de que el tiempo ya no corra más.
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