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El Pollo de Tlalpán. Daniel Reyes
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El Pollo de Tlalpan

21, noviembre 2017 - 11:39

El pollo de Tlalpan

Por esas cosas que tiene la vida en diferentes momentos de mi existencia me han confundido con otras personas, incluso con otras nacionalidades.

Alguna vez en “la ciudad eterna” un giovane appassionato dilettante del calcio, (traducción simultanea para aquellos que no mastican la lengua de Gianluigi Buffon) el chavo aseguraba que yo era argentino y me pedía que le entonara algunos cánticos futboleros; no se por qué la confusión si yo nunca he tirado de uñita.

En otra ocasión estando en Argentina en el estadio de Boca me preguntaron si era uruguayo y en Alemania me dijeron que parecía rumano.

Seguramente todas esas personas que me confundieron estaban bajo los influjos de alguna bebida espirituosa de esas que raspan la garganta, las neuronas, confunden los sentidos y alteran el conocimiento, simple y sencillamente porque, permítame usted sincerarme, me parezco casi como si fuera gemelo a Cuauhtémoc aquel primo de Moctezuma Xocoyotzin; Cuauhtémoc el las monografías el que estaba bien carita; no confundir por ninguna razón con “el temo”, el “jorobadito” de nuestra señora de Tlatilco, ese que ahora anda gambeteando a políticos rémoras y gente que les acompaña.

Mi porte y galanura es azteca ¡que caray!

Por eso ahora me sacan mucho de onda las declaraciones de un ignorante desquiciado e hijo de su que barbaridad… gringo, que acaba de pasar por la ciudad de los palacios.

Me explico.

El domingo por la tarde tuvo verificativo un juego de la pomposa NFL en la cancha sagrada del Estadio Azteca, donde se enfrentaron “los tramposos” de Nueva Inglaterra contra “los inexistentes” de Oakland, en la jornada equis en la que no se jugaba nada y a la que todos en gringolandia y en el mundo les importaba un pepino.

En Acámbaro de las pitayas, a los espectadores les vendieron humo en cantidades industriales, porque les hubiera salido más barato ir al gabacho y presenciar el partido allá, que comprar un boleto aquí, pero bueno, dice el viejo y conocido refrán: “el que por su gusto es wey, hasta la yunta lame”.

El encuentro resultó ser una vacilada: “los tramposos” pasaron encima de “los inexistentes” que ni las manitas metieron; normal en partidos moleros de la NFL del exterior.

Pero cuando se trata de intercambios de cualquier cosa con el gabacho siempre está latente la posibilidad de una barrabasada final por el efecto del trompas.  Y se dio.

Resulta que el ignorante (le voy a decir ignorante por no decir estúpido y ofender a los estúpidos) entrenador de los tramposos de Nueva Inglaterra Bill Belichick cuando llegó a su tierra dijo que agradecía al cielo que no hubo un terremoto o una catástrofe natural en su estancia en la Ciudad de México.

Seguramente el atarantado Bill pensó que había llegado a otro planeta el que en cualquier momento podría explotar o moverse o moverse y explotar. Pobre diablo.

No sabe que el problema en mi ciudad es que justamente nada explota, nada se mueve.

Cierro con una obra titulada “trompadas”:

No hay que ser tan inocente

Porque con cuatro takleadas,

Resultas ser penitente,

Y te envuelven sus gringadas

Y si no, quéjense a la FIFA.

Twitter: @pollodetlalpan