José Ángel Rueda
23, febrero 2023 - 5:34
Es una trampa, el futbol. Nadie nos dice que cuándo nos hacemos aficionados a un equipo, la cosa, en un futuro, se pondrá complicada. Es parte de la vida, eso de que lo que va bien, eventualmente irá mal. Luego podrá ponerse bien otra vez, aunque no se sabe cuándo. Es cierto, también, que a medida en la que uno crece, se da cuenta de eso y aprende a disfrutar los momentos buenos, aunque sean pocos. Tal vez eso signifique crecer.
Aunque uno puede aprender de esos ciclos en prácticamente cualquier cosa de la vida, el futbol suele presentar el panorama con inusitada claridad. El equipo que está arriba más temprano que tarde estará abajo, entonces deberá volver. Ahí, en la fuerza que encuentre para hacerlo, radica su grandeza.
La serie entre el Barcelona y el Manchester United, en la Europa League, funciona como ejemplo. Resulta difícil pensar que hace poco más de una década, ambos equipos dominaban el continente, en una de las trilogías más destacadas en la historia del futbol reciente. El hecho de que ahora se midan bajo los reflectores de un torneo, en teoría menor, no deja de resultar nostálgico, como si un filtro de decadencia opacara, en cierto modo, la grandeza pasada.
Como buen aficionado, gran parte de mi memoria está destinada al futbol. Estos días previos al partido de vuelta en Old Trafford me han traído recuerdos. La intensidad con la que vivía aquellos años y la desesperación que me dejó el gol del Colorado Paul Scholes, aún en la época de Rijkaard, en la semifinal de vuelta disputada en el Teatro de los Sueños.
Las finales, con los primeros años de la rivalidad entre Messi y Cristiano Ronaldo, el Manchester United de sir Alex Ferguson, masticando frenéticamente un chicle, Río Ferdinand como gigante, y Wayne Rooney, con sus aires de leñador.
Algo que me gusta del futbol es que es capaz de convertir un momento cualquiera en recuerdo. Capturar el instante y evocarlo años después, con la misma fuerza. Recuerdo haber visto la primera final en el cine, haber abrazado a mi primo después del gol de Messi, el asombro por advertir un salto ajeno a él, como si volara. Luego, dos años después, aquel partido en Wembley, y el Barcelona convertido en ballet, con el mejor Messi que vi en mi vida. Ojalá pronto ambos equipos encuentren la fuerza para volver a ese sitio. Ya falta menos.
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