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Fecha

4, junio 2024 - 6:00

┃ Héctor Alfonso Morales

Guillermo Pérez se colgó el oro en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Foto: Mexsport

Guillermo Pérez se colgó el oro en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Foto: Mexsport

Fueron apenas unos segundos. Los más tensos de toda su vida. Nerviosismo, palpitaciones aceleradas. ¿El triunfo sería suyo, después de un combate tan épico como cerrado ante Gabriel Mercedes en la final olímpica? Lo merecía, al menos daba esa impresión, pero al final de cuentas, el Taekwondo, en ese momento, era un deporte de apreciación.

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En cuanto el árbitro le levantó la mano sobre el tatami -tras cuatro duros rounds y empate 1-1- y lo declaró ganador por criterio de superioridad. Las emociones se detonaron: éxtasis, alegría, brazos arriba, corrió con llanto hacia donde estaban los suyos. Mientras un país de 100 millones de habitantes se sentía orgulloso de él. Sí, Guillermo Pérez se convirtió en medallista de oro de Taekwondo en Beijing 2008 en la categoría de -58 kilogramos.

“Cuando llego al final, cuando va a llegar el juez a dar la victoria, es un momento crítico y emocionante. Las pulsaciones a mil por hora, visualizo que el juez va a dar la victoria para nosotros, para los mexicanos. Cuando cierro los ojos, nos pide el saludo (entre competidores), yo ni siquiera lo hago, me quedo con la cabeza muy erguida y tratando de visualizar que va a dar la victoria a nuestro favor”, rememora Pérez en entrevista con ESTO, para luego revivir la escena más feliz de su carrera deportiva.

“¡Y lo hace para nosotros, nos da la victoria! Ese momento es inolvidable para mí. Poder levantar la mano y gritar que éramos el número uno del mundo, fue algo inolvidable. Cuando te cuelgan la medalla (de oro), cuando ves la bandera subir en un momento. También histórico para el deporte nacional y escuchar el himno, son momentos que se quedan grabados en tu corazón para siempre. Son situaciones que te marcan para siempre y queda ahí de por vida para tu nación donde en un 20 de agosto de 2008, pude cantar el Himno Nacional. Y ver mi bandera en lo más alto y demostrar que los mexicanos éramos y somos gente ganadora”, refiere como si su orgullo fuera invulnerable al paso del tiempo.

“Recuerdas todo lo que sufriste, todo lo que reíste, todo lo que lloraste. Son un cúmulo de situaciones que viviste para poder estar con esa medalla y son recuerdos bonitos que te quedan ahí de por vida. Y que tiene uno la posibilidad de contarlas y de decir con los años las vivencias que tuviste”, apunta.
Con esa presea dorada, Pérez terminó, en ese entonces, con una sequía de ese metal de ocho años (Soraya Jiménez en halterofilia en el 2000) y de más de 24 años sin que lo obtuviera un hombre (Raúl González en marcha en 1984).​

TROPIEZOS Y RESURGIMIENTO ANTES DE BEIJING 2008

El camino hacia su ascenso dorado en el olimpismo cualquiera pudiera pensar que fue plagado de sonrisas y éxitos en todo momento. Pero en realidad fue sinuoso, con fuertes caídas, dolorosas derrotas, con episodios que lo llevaron a agüitarse. Al grado de pensar en el retiro prematuro y decirle adiós a las competencias de alto rendimiento. En algún momento, quiso ponerle punto final a su sueño. De todo eso, Guillermo Pérez se levantó, resurgió y triunfó.

El michoacano comenzó, con arrancan todas las ilusiones, desde muy pequeño. “Tenía cinco años, era un niño muy hiperactivo, inquieto”. Aunque reconoce que en sus primeros acercamientos con el Taekwondo “iba a muchas competencias, pero no ganaba tanto. Fui incrementando de cinta y luego llegué a cinta negra. Era que era un chico muy participativo. Y al paso de cuatro años de práctica, con nueve años ganó en el primer evento estatal en mi agrupación”.

Vino el punto de quiebre para Guillermo, el instante en el que los sueños se convirtieron en una meta por cumplir. Vio la disciplina que practicaba en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 y se fijó en el brillo dorado del ganador.

“Me tocó observar a William de Jesús ganar su medalla de oro y de ahí dije ‘algún día quisiera estar ahí como un representante mexicano, con una medalla para México y se me quedó (la idea)”, afirma.

Pérez se dio cuenta de que había una selección mexicana de Taekwondo. Desde los 16 a los 20 años quiso entrar, sin éxito.

Decide ir a Puebla a entrenar, curiosamente, bajo el mando de William de Jesús, pero en uno de los selectivos “me va muy mal, pierdo en la primera pelea, me desanimo mucho porque ya había hecho la ilusión de que, posiblemente, me faltaba ese brinquito para poder llegar a Selección”.

“Desanimado, dejo de entrenar un poco ahí en Puebla, estaba totalmente metido por la en desilusión de la derrota, pero un compañero me empieza a invitar a entrenar. Llega el selectivo estatal de Puebla y pierdo el selectivo ni siquiera quedé seleccionado de Puebla. Quedé peor”, acepta.

Sin embargo, el destino le dio una nueva oportunidad: “Faltando un mes para otro selectivo, me dicen, oye hay posibilidad de que vayas al nacional y cuando menos esperaba que fuera a quedar en la selección es cuando quedó”.

Guillermo le sirvió como sparring a taekwondoínes que se preparaban para los Olímpicos de Sidney 2000 como Víctor Estrada.

En 2003, Pérez sufrió un desgarre que lo orilló a alejarse de la disciplina. “Me vengo a Michoacán, mi papá tenía un taxi, yo lo trabajaba hasta el mediodía, me iba a la escuela porque estudiaba Administración y, en las noches, daba entrenamientos a chicos”.

La dolencia lo marginó de cualquier posibilidad de acudir a Atenas 2004. Pero vinieron años en los que volvió a las competencias de alto nivel, en buena parte inspirado por el bronce que obtuvo Óscar Salazar, quien era su compañero de entrenamiento.

En diciembre de 2007, acudió a un Preolímpico en Cali. Ganó el pase para México, pero le tenía que poner su nombre al boleto en un selectivo disputado en la capital de nuestro país. Curiosamente, se enfrentó a Salazar, su amigo y “a quien nunca le había ganado en siete combates. Todo mundo daba por hecho de que Óscar repetiría, pero le gané. Así es como llego a mis primeros y únicos Juegos Olímpicos que tuve la oportunidad de participar”, presume.

En Beijing 2008, derrotó al inglés Michael Harvey (3-2), en cuartos de final al afgano Rohullah Nikpai (2-1), en semifinal al Chutchawal Khawlaor (3-1) y en la disputa por la medalla de oro al dominicano Yulis Gabriel Mercedes (1-1, triunfo por decisión).

¿QUÉ PRECIO TIENE TU MEDALLA? SE LE CUESTIONA A GUILLERMO PÉREZ

Guillermo Pérez lo explica, al recordar lo sinuoso del camino para lograrlo.

No hay un precio que le puedas poner a eso porque son experiencias, son derrotas, son situaciones que se viven a veces muchos atletas se quedan en el camino porque no pueden superarlas. No hay un valor que le pueda dar, es un valor incalculable que pocos mexicanos tenemos la oportunidad de vivirlo. Estamos con 13 medallas de oro en la historia de nuestro país y creo que cada una tiene su valor incalculable, porque son toda una vida preparada para un solo momento y un instante en el que puedas demostrar que eres el mejor del planeta.

Pérez, antes de partir a Beijing 2008, era un atleta más de la delegación mexicana. A su regreso, con el metal dorado olímpico en el pecho, se transformó en un héroe del deporte nacional. La gente se lo hizo saber y, hasta la fecha, le agradecen su gesta sobre el tatami en China.

El ORO QUE GANÓ EN BEIJING 2008 QUE LE CAMBIO LA VIDA A PÉREZ

“Cuando regresamos, en el aeropuerto, la gente no se contenía, estaba llenísimo, vinieron varios camiones de Michoacán y de Sinaloa para recibir a María (del Rosario Espinoza). Cuando llego a Uruapan, hacen un pequeño desfile alrededor en la plaza pública y del centro con unas 30 mil personas. Se me encendía la piel de ver toda esa plaza llena de tanta gente que nos quería saludar” describe.

Y concluye lo que representa ganar una medalla olímpica “es un cambio de 180 grados de tu vida: de pasar de que eras un desconocido a que toda la gente te empiece a ubicar. Al inicio no podía salir a comer a los restaurantes, porque me pedían una foto o un autógrafo. Al día de hoy, 16 años después, todavía sigo encontrando a personas que me dicen: ‘felicidades, quería darte la mano y agradecerte ese triunfo que le diste a México’. La hazaña quedó ahí, en el corazón de mucha gente”, concluye el adorado Memo Pérez Sandoval.