31, octubre 2023 - 6:00
El Mercado Central de Santiago es una parada obligada en Chile / Arte: Abril Hernández
SANTIAGO.- “México lindo y querido”, nos dicen los meseros que buscan llevarnos a su restaurante. Están parados a un costado de las mesas y a medida en la que el turista avanza, avanzamos, en este caso, ellos solo escuchan, hasta que identifican el tono con el que hablamos y lanzan algún comentario que genere un lazo. “Viva México, carnalito”, nos dicen, en tono chileno, o peruano, o venezolano, luego de preguntarnos si ya almorzamos, y prometernos, con el beso en la cruz, que en cada uno de los restaurantes que conforman el Mercado Central de Santiago se comen los mejores mariscos y la mejores cazuelas de vacuno de la ciudad.
La nutrida oferta desata la indecisión de la gente. Los locales que se agolpan en el centro, a los pies de la estatua de la Pascualita, la mujer que solía proveer de agua potable a los primeros puestos, allá por el año 1872, son los que presumen mejor ambiente, con sus mesas a rebosar de centollas y ceviches, y la guitarra de los boleros que se mezcla con la bulla de los comensales. Ahí está unos de los tantos locales de Donde Augusto, quien desde hace más de cinco décadas comenzó a vender pescados fritos, y a partir de entonces ha preservado la comida chilena, con sus cazuelas, un caldo con arroz, calabaza, papa y carne. El local de Donde Augusto llama la atención por sus paredes y vitrinas, llena de recuerdos de los viajes de su dueño. Una mascara de Pachuca, la playera de las Chivas, de Atlas y de Pumas. Ahí comieron Jorge Vergara José José, Armando Manzanero, María Antonieta de las Nieves y el profesor Jirafales.
Los pasillos del lugar presumen la bandera chilena y sus productos
Dicen los que saben, que los restaurantes que están a los costados tienen el sabor casero, pero esos secretos sólo los saben pocos y son negados a los turistas, que caminan al centro por instinto.
En los pasillos laterales, a modo de cuadrado que va creciendo por capas, están los pasillos, adornados por sus banderas chilenas. El olor a pescado domina el ambiente, con el salmón, el dorado, la caballa, el cabrillo, la palometa, el róbalo, el bonito, el pulpo, las pinzas, las almejas, los locos, todos iluminados por la potente luz de las lámparas. Los dueños de los puestos riegan de vez en cuando el pescado, mientras atienden a la gente.
Con el paso de los años, el mercado ha ido cambiando de giro. En sus primeros años, algunos de sus puestos vendían hierbas y remedios, poco después, en sus pasillos rebosaban las frutas y las verduras, hasta que llegaron los restaurantes y los puestos de souvenirs, donde los turistas se llevan los tradicionales imanes, llaveros, tazas y playeras.
El Mercado Central ha visto pasar generaciones de vendedores
La cara de doña Ileana Aquiles, con sus ojos verdes, es una de las que suele dar la bienvenida al mercado. Apenas a unos pasos de la entrada colindante con la calle San Pablo. Su familia ha vendido productos en el mercado por tres generaciones, aunque todo comenzó con su padre. Vendía hierbas que recopilaba viajando por el mundo.
“Este lugar fue hecho para ser un centro de eventos, hace 150 años atrás, pero después lo convirtieron en un mercado. La gente puede venir a comer, comprar algunas cositas, algún presente”, dice. Lo que más disfruta es saludar a la gente y darles algún consejo para que su paso por Santiago sea el mejor.
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En los últimos años, el mercado ha padecido los efectos que tuvo el estallido social en Chile. Muchos de sus puestos lucen vacíos, o en renta, y en sus alrededores, en las agitadas calles del centro, se respira cierta tensión, y los consejos de tener cuidado con las pertenecías llegan de todas las bocas.