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8, julio 2023 - 19:16

┃ José Ángel Rueda / ENVIADO

El Salvador no tuvo problemas de seguridad en los JCyC. FOTO: Luis Garduño | ESTO

No es la primera vez que nos lo dicen, pero la diferencia está en las palabras. Las palabras, bien acomodadas, son como golpes, o como balas. El conductor del Uber, como todos los demás, pudo ocupar una frase cualquiera para decirnos que el San Salvador de ahora no se parece en nada al que era antes, hace unos años, un terreno dominado por las pandillas. Pero el conductor, que ha identificado nuestro acento y trata de hablarnos con los mexicanismos que le aprendió a su esposa cuando vivían en los Estados Unidos, nos dice que en esa calle, justo afuera del Polideportivo El Polvorín, ocultos en la oscuridad, hace unos años nos habrían quitado hasta la ropa, que nos habrían ido llevando por los callejones que suben por la loma, hasta quitarnos todo, lo que vale y lo que no.

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LOS TAXISTAS DE SAN SALVADOR CUENTAN SU RELATO

La cruda imagen que proyecta con su relato se cruza por momentos con el reflejo de sus ojos encendidos que nos miran a través del espejo retrovisor, unos ojos bien abiertos, atentos a nuestra tolerancia al horror. El tono encandilado con el que habla y la velocidad de sus palabras nos dejan claro que no parará en su viaje al pasado, y nos habla con la intensidad del que estuvo en la escena del crímen y vio cosas que no quería ver y lo cuenta para desprenderse de eso. Mientras avanzamos por la periferia de las colonias, algunas más oscuras que otras, sigue contando historias de gente extorsionada y asesinada por no pagarle a los mareros, como les dicen acá, el derecho de piso que pedían. Es algo natural pisar esos terrenos y echar a volar la imaginación.

En realidad la misma conversación se repite cada que abordamos un taxi, aunque con otras palabras. El tiempo que se pierde en el intenso tráfico de las angostas calles de la capital salvadoreña propicia el intercambio de ideas. Todos quieren saber cómo nos sentimos, qué nos parece el país de la eterna sonrisa. Les decimos que bien, porque es la verdad. En los días que pasamos en la ciudad en ningún momento nos hemos sentido amenazados, a lo mucho unos jóvenes borrachos que un viernes por la noche gritaban de cosas a la gente que caminaba por las banquetas, pero no mucho más.

SAN SALVADOR CAMBIÓ

Los conductores preguntan de manera retórica, porque ya saben la respuesta, pero les gusta que se los digan, para confirmar que no están soñando. El Salvador vive en un estado de paz impensado hace algunos años, cuando nadie sabía cómo parar a las pandillas que dominaban casi la totalidad del territorio, ante la impune mirada de la autoridad.

El concepto de libertad no sólo aplica para los turistas, o para quien llega por primera vez a San Salvador con el miedo de no meterse en una zona equivocada, sino para todos. “Esto, de manejar un Uber, antes habría sido imposible”, nos dice otro conductor, que repasa como de memoria las “zonas pesadas” a las que hace años no se podía entrar sin tener que dar la respectiva cuota, o poner en juego la vida.

¿La extorsión era su método de operar?, le pregunto al conductor que nos lleva de Ciudad Merliot, una de las zonas acomodadas de la capital, al estadio de Las Delicias, en Santa Tecla, su respuesta es inmediata, como por reflejo: era el terror, nos dice, la extorsión era solo la forma de sacar dinero, pero el terror era su sello. Entonces nos cuenta que una noche manejaba por la carretera junto a su familia y sobre el asfalto había cuerpos desmembrados. La sola idea de pensar que alrededor estaban los asesinos le generó vértigo, y pisó el acelerador mientras su esposa le gritaba que no parara.

SALVADOREÑOS APRENDIERON A VIVIR

La gente de San Salvador aprendió a vivir con eso. Para quien quería abrir un negocio, era casi natural esperar la llegada de uno de los mareros pidiendo su extorsión. Después había que ir a buscarlos, a sus terrenos, para hacer el pago, en una guarida sin ley. Había quien soportaba el desfalco, pero había quien no, y se veía obligado a cerrar y a buscar otras formas de sacar el sustento. Se entiende que la extorsión no aceptaba un no por respuesta, porque cada negativa iba acompañada de una amenaza cada vez peor, con la posibilidad de poner en riesgo a los hijos o a los padres, o a los hermanos. Sangre con sangre, con cifras de asesinatos diarios que crecían descontroladamente. Los maras sustentaban las amenazas con la realidad, no había juego en todo aquello, ni retórica. No era aviso ni advertencia.

Otro de los taxistas, un hombre ya grande que no necesita waze ni aplicaciones para encontrar los caminos, nos cuenta que por años tuvo que pagar el equivalente a 25 dólares al mes para poder trabajar. No era mucho, nos dice resignado, pero imagínese cuántos pagábamos.

NAYIB BUKELE AYUDÓ EN LA SEGURIDAD

La llegada de Nayib Bukele a la presidencia de El Salvador, en junio de 2019, puso fin a la pesadilla, al crear cárceles de máxima seguridad, donde sistemáticamente ha ido metiendo presos a más de 65,000 pandilleros. Una vez al mando, el ejército salvadoreño, con pleno poder, fue cercando las zonas de riesgo, hasta dejarlos acorralados. Los maras respondieron con más terror, pero al ver la batalla perdida comenzaron a caer por decenas. Algunos huyeron a la periferia de la ciudad, donde se esconden en la espesa selva, a los piés de los volcanes, mientras esperan que el régimen de Bukele termine, pero no se sabe cuándo será eso.

El salvadoreño suele hacer referencia a su presidente con la confianza de que es ampliamente conocido a lo largo y ancho del mundo, y que no necesita presentación. No es Nayib Bukele, sino Bukele, a secas, con convicción. Afuera es probable que la gente no concuerde con sus ideas y advierta los peligros de sus formas, pero adentro, en las calles de El Salvador, en sus costas, cuesta trabajo encontrar a alguien que no muestre cierto agradecimiento por haber terminado con la inseguridad. El cambio se palpa en las cosas más cotidianas, como salir a caminar a una plaza, con los hijos de la mano, o ir a cenar pupusas a un restaurante, en el barrio que sea.

EN SAN SALVADOR HA SALIDO CARO

“Es verdad que estamos mejor, pero menos mal, porque bastante caro nos ha salido”, nos dice un señor, que nos ilustra con un relato pausado y elocuente la posibilidad de ser detenido en cualquier momento, sin importar las circunstancias, en un estado que limita los derechos y libertades constitucionales en todo el país, un mecanismo con el cual Bukele, el ejército y la policía, han podido llegar hasta lo más profundo de la Mara Salvatrucha. No han faltado, por lo tanto, los desaparecidos y las detenciones arbitrarias que han encendido el foco en las organizaciones de derechos humanos tanto nacionales como internacionales.

LOS CAMBIOS QUE HUBO EN EL SALVADOR

Pero los salvadoreños, en las zonas más turísticas, en las colonias Escalón y San Benito, donde abundan los hoteles y los restaurantes y hay militares y policías custodiando las calles permanentemente, parecen aceptar el destino sin mayores reparos, así como antes el horror se convirtió en algo cotidiano. O al menos si lo piensan no lo dicen, porque prefieren vivir al límite ahora que se puede antes que volver a un pasado violento. La cosa cambia en las colonias más populares, donde han sufrido las redadas, y se han llevado a quien nada debe, por tener un tatuaje o por estar en el lugar equivocado , para encerrarlos y después investigar.

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El primer conductor, el de la esposa mexicana, que de vez en cuando nos dice wey y le acelera cuando puede para ir “en chinga”, nos cuenta sobre la posibilidad de que los mareros vuelvan ahora que termine el mandato de Bukele, en el 2024, que sus familiares están dispuestos a unirse a quien les prometa sacarlos de la cárcel, o de menos ofrecerles condiciones dignas, tan puestas duda, pero la gente parece dispuesta a volver a votar por el presidente, aunque la constitución prohíba una eventual reelección. No están dispuestos a perder la paz que encontraron de pronto, cuando todo parecía perdido.