Aunque ahora parezca imposible, hubo un tiempo en el que el aficionado mexicano solía creer en su selección. A decir verdad, recuerdo esos tiempos como felices, por lo que suponía emocionarse por determinado partido y porque pocos goles se celebran más que aquellos que involucran los sentimientos nacionalistas.

Supongo que el acto de renunciar a algo tiene mucho que ver con la edad, o la madurez, aunque no siempre es lo mismo. Lo he visto con mi abuelo y con mi papá, que conforme pasaban los años, su mayor preocupación no radicaba en el resultado mismo, sino en cómo me iba a poner yo ante una eventual derrota.

Lo que ha pasado con la Selección Mexicana en los últimos años tiene su parte de desencanto. Mi generación había crecido con cierta estabilidad, aquella en la que los famosos quintos partidos funcionaban como un tema aspiracional, por lo que no había demasiados motivos para no confiar en el equipo que representa a mi país.

El declive de México y el andar sin rumbo que desde hace años nos tiene dando tumbos, sin embargo, me llegó en el peor momento, justo cuando los años han hecho su efecto y he perdido ese idealismo adolescente, la pasión con la que se vive el futbol en esa etapa de la vida. Somos muchos los que nos identificamos con esa pérdida de fe. Por supuesto que se puede celebrar con pasión un triunfo, pero las derrotas ya no duelen tanto como antes, como si la costumbre nos preparara para ellas.

El recuerdo de aquellos tiempos me ha puesto nostálgico. Recuerdo haber vivido con especial intensidad la delirante eliminatoria rumbo al Mundial de Sudáfrica, y haber acudido a todos y cada uno de los partidos del Hexagonal que se jugaron en el Azteca. Eran buenos tiempos, porque el gigante pesaba y los duelos solían jugarse al calor de las 3 de la tarde. El efecto de ver la tribuna verde bañada de sol y el himno a capela, cantado por cien mil personas, es uno de los momentos que de inmediato se convierten en recuerdo. Pocos goles he gritado más que el de Sabah a los Estados Unidos. Ojalá pudiéramos volver el tiempo atrás, o que México por fin pueda ver hacia adelante. Cualquiera de las dos.