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8, agosto 2025 - 15:19
¡La fiesta brava vive!
Por Carlos José Valdés Arellano
(Ganadero de Arellano Hermanos) Asociación de Jóvenes Ganaderos
Con profunda preocupación recibimos el anuncio de la cancelación de la próxima Temporada Grande en la Plaza México. Esta decisión no es aislada ni accidental, es la consecuencia directa de una legislación prohibicionista aprobada en el Congreso de la Ciudad de México, que mutila la esencia misma de la tauromaquia. Se trata de una reforma que elimina el tercio de varas, las banderillas y la suerte suprema, atentando contra una tradición que, durante siglos, ha generado desarrollo económico, conservación ecológica y una expresión cultural única en nuestro país.
Quienes defienden esta medida bajo el argumento de la protección animal, deben asumir las consecuencias reales, la inminente desaparición del toro bravo. Esta raza existe exclusivamente gracias a la lidia. Sin corridas, no hay razón para su crianza. Según la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, si estas reformas se replican en el resto del país, para 2027 el 90 % de la cabaña brava será enviada al matadero. Lo advertimos con toda claridad: no hay cría sin lidia.
Durante cinco años, el toro de lidia vive en libertad plena, en espacios abiertos entre 3 a 10 hectáreas por unidad animal. Vive mejor que cualquier otro animal destinado al consumo humano, una res de engorda promedio no supera los 18 meses y es confinado a corrales donde tiene destinado 10m2 por unidad animal (una diferencia de hasta 10,000 mil veces menos espacio que los toros bravos). Somos nosotros, los ganaderos, los que realmente vemos por su bienestar, por su sobrevivencia y por su calidad de vida.
Las ganaderías bravas ocupan cerca de 170,000 hectáreas en México, que funcionan como verdaderas reservas ecológicas. En ellas prosperan especies de flora y fauna que, de no ser por estos espacios, estarían en peligro de desaparecer. Si extinguen al toro bravo, esas tierras estarán expuestas a prácticas intensivas que erosionan el suelo, eliminan la biodiversidad y contaminan el medio ambiente, o peor aún, a la urbanización descontrolada.
Estos espacios no solo conservan la biodiversidad, también brindan servicios ambientales clave. Las ganaderías bravas capturan anualmente 7.65 millones de toneladas de CO₂. Para dimensionarlo: eso equivale a una cuarta parte de las emisiones que genera toda la Ciudad de México. Es decir, 259 ganaderos contribuimos con la captura del 25 % del CO₂ que generan los 22.7 millones de habitantes de la capital. De nada.
La aportación ecológica no termina ahí. La CDMX consume entre 30 y 40 metros cúbicos de agua por segundo, es decir, más de 1,100 millones de metros cúbicos al año. Una sola hectárea de pastizal bravo puede infiltrar hasta 5 millones de litros al año hacia los mantos freáticos. Multiplicado por las 170,000 hectáreas, estamos hablando de hasta 850 millones de metros cúbicos infiltrados naturalmente. En otras palabras, el campo bravo mexicano ayuda a recargar el 77 % del agua que consumen anualmente los capitalinos. De nada… otra vez.
El impacto no termina en lo ecológico y animal, esta nueva ley no sólo ignora la vida del toro, ignora también la de miles de personas que dependen de él: más de 40,000 empleos directos y más de 80,000 indirectos, que genera la tauromaquia, están hoy en riesgo. Hablamos de trabajadores en las ciudades y de familias rurales, de comunidades enteras que han vivido con dignidad y orgullo gracias a una cadena productiva que es tan cultural como económica.
Sabemos que hay quienes no comparten nuestra pasión, los respetamos, pero pedimos lo mismo a cambio. ¿Qué sería de una nación, que no respeta la individualidad y libertad de cada uno de sus ciudadanos? No podemos aceptar que se legisle desde el prejuicio o la ignorancia. El toro de lidia no es una mascota ni puede ser regulado como tal. Legislar con desconocimiento técnico y desprecio cultural es atentar contra las libertades de todos.
Los criadores del toro de lidia hacemos un llamado urgente a los aficionados, a quienes han sentido la emoción del pase natural, el arte del temple, la entrega del ruedo, a quienes les interesa el medio ambiente, a los que quieran seguir respirando aire puro y los que consumen agua todos los días. Hoy debemos movilizarnos —con respeto, pero con firmeza para defender nuestro derecho a existir, a criar, a celebrar nuestra cultura. Si no levantamos la voz ahora, corremos el riesgo de que este atropello se replique en otros estados.
La fiesta no es un espectáculo. Es historia, identidad, arte, naturaleza, supervivencia y comunidad. Es campo y es futuro. Hoy nos enfrentamos no solo a la extinción de una raza, y de miles de hectáreas de reserva natural, sino a la pérdida de una expresión cultural que ha dado sentido y libertad a generaciones de mexicanos.
La fiesta vive si tú la defiendes. Sin afición, no hay plaza, no hay toro. Pero con afición, no hay quien nos borre.
Defendamos al toro. Defendamos nuestra libertad.
Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad de quien las emite y no de esta casa editorial. Aquí se respeta la libertad de expresión.
Alejandro Jiménez
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