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7, febrero 2015 - 11:20

┃ María Vega

nota-espe-600millas

POR ALEXIS GRIVAS
ENVIADO ESPECIAL DE OEM

BERLÍN.- Los dos primeros días de la Berlinale confirman que muchas veces lo peor puede ser seguido dentro de pocas horas por lo major, ya que las películas suceden una a otra en un ritmo desenfrenado en todas las sedes del certamen.
Aun más cuando, como sucede aquí en esta ocasión, lo peor y lo mejor corresponden a realizadores de habla hispana.
Inauguración pues del programa competitivo con “Nadie quiere la noche”, la nueva cinta de la española Isabel Coixet. Fue el film de gala de inauguración y como era de esperarse, atrajo todas las miradas. Quizás justamente fue por esta razón que el descalabro al que asistimos y del que padecimos fue mencionado con tanta insistencia por la mayor parte de la crítica especializada aquí presente.
Si por un lado es cierto que las últimas películas de la realizadora, “Mapa de los sonidos de Tokyo”, “Ayer no termina nunca”, no eran ni mucho menos a la altura de “Cosas que nunca te dije”, con la que destacó en el ambiente internacional en 1995 y de “Mi vida sin mí” (2002), el caso de “Nadie quiere la noche”, una coproducción españo-búlgaro-noruega, es verdadermente patético y sin duda un film nada adecuado para abrir un festival de la importancia y de la talla de la Berlinale.
Los problemas se amontonan desde todos los puntos: el guión y muy especialmente los diálogos son desarticulados y mal resueltos. La realización en sí aparece, de veras, como un ejercicio de alumno de escuela de cine. Por ende las actuaciones, especialmente de la buena actriz gala Juliette Binoche, resultan fuera de lugar, sin relevancia alguna. Es una lástima que una realización tan desafortunada echa por debajo un tema en principio muy interesante: la oposición y el choque de dos mundos de vida diferentes, de dos culturas, aquella de los blancos y la de los esquimoes (los inouits en lo más científico), a través de la verdadera historia de Josephina Peary quien decide desplazarse desde los Estados Unidos a la inhóspita y helada Groenlandia para reunirse con su marido. el explorador del Ártico Robert Peary.
En resumen, “una película que nadie quiere”…..
No sería por oposición al descalabro de Coixet que la segunda película de un realizador de habla hispana, con la que se inauguró la función de gala de la sección Panorama, pareció casi una obra maestra.
Tratemos de ser realistas y no nacionalistas. La película en cuestión fue mexicana. Se trata de “600 millas”, primera realización del joven productor Gabriel Ripstein, hijo del gran maestro Arturo Ripstein, con la que el retoño se pone por méritos propios a la altura, a raíz de su película. No se trata de una obra maestra. Se trata de un muy buen film, y punto. Y como tal fue cálidamente recibido tanto en la función de crítica como en aquella de gala que se verificó en la renovada e histórica sala de Zoo Palast, tradicional y antigua sede del festival que ahora está reservada a las proyecciones del Panorama.
Muy animada resultó además la conferencia de prensa donde prevaleció un ambiente de camaradería, fe y entusiasmo para la película, entre los integrantes presentes en el panel: el director, los productores Michel Franco y David Zonana, y el joven excelente actor Kristyan Ferrer.
El otro protagonista, nada menos que el conocido actor norteamericano Tim Roth, no pudo desplazarse a Berlín por estar comprometido con el nuevo film de Quentin Tarantino actualmente en rodaje. Roth interpreta a un agente norteamericano que trata de desmantelar un negocio de armas que, compradas legalmente en Estados Unidos, se introducen en México y acaban en las manos de los narcos. Roth y la “mula” que introduce las armas (Ferrer) se enfrentan en una lucha de sobrevivencia o lo largo de la cual sus destinos y sus comportamientos resultarán estrechamente ligados. Más que una cinta sobre el tráfico de armas y de drogas, a través de la forma de un “road movie”, resulta ser una reflexión sobre las relaciones humanas dentro de una situación de tensión y de alta explosividad.
Un excelente debut que augura más cosas de esta joven compañía, Lucía Films, donde los papeles se invierten a raíz de las necesidades: Franco, en este caso productor aunque él mismo es un realizador reconocido (Gran premio en el festival de Cannes para “Después de Lucía” en la sección Un Certain Regard), asume la realización de una nueva película, Chronic, también con Tim Roth, donde Ripstein se encargaba de la producción…
La buena presencia mexicana no se limitó a “600 millas”.
El film de largometraje documental “El eco de la montaña”, de Nicolás Echevarría, fue el que inauguró, con igual éxito, otra sección, aquella de cine Native, que se dedica a películas de temática indígena.
Resultó toda una curiosidad ver el personaje principal del documental, Santos de la Torre, circular por la Berlinale en medio de bajísimas temperaturas y subir en escena en la gala de inauguración vestido con su traje tradicional huichol… Otras cuatro cintas mexicanas forman parte de la sección, que este año está dedicada a las cinematografías latinoamericanas.
Regresando a la competición, hay razón para estar satisfecho. La película “Taxi”, del realizador iraní Jafar Panahi, resultó ser una buena y agradable sorpresa, sin duda un film que reanuda con sus viejas películas, las que le dieron fama (“El balón blanco”, “El espejo”, “El círculo”, “Offside”), con su sentido de humor crítico, su perspicaz visión de su entorno social y político. “Taxi” es además y desde lejos su mejor película de las tres que ha hecho y envió sin autorización a festivales en el extranjero desde que a partir de 2011 no le está permitido salir del país y en principio tampoco de hacer películas, a raíz de acusaciones de propaganda contra Irán.
En “Taxi”, Panahi, conduciendo él mismo un taxi en las calles de Teherán, filma a través de una cámara supuestamente oculta, las conversaciones de los y con los pasajeros de su vehículo.
De toda evidencia, los que intervienen son todos actors, pero el ambiente de un cine pseudo-documental donde la ficción se mezcla de manera armónica con el documento da un resultado agradable, fresco y a la vez representativo del ambiente y de la situación en la que se desarrolla la vida de los iranís, hoy día en un país donde la teocracia pesa sobre y determina la vida de sus habitantes.
La otra película de competición ayer, “Reina del desierto”, del célebre realizador alemán Werner Herzog, no parece aportar algo notable a su anterior, larga y excelente filmografía de ficción (“Gaspar Hauser”, “Aguirre”, “Corazón de hielo”, “Señales de vida”). Se trata de una producción norteamericana, una especie de “vehículo” para Nicole Kidman en el papel de Gertrude Bell, un personaje de la vida real quien, como historiadora, escritora y a la vez miembro de los servicios secretos británicos, desempeñó un papel importante en la definición de las esferas de influencia de los países occidentales en Oriente medio durante los inicios del siglo veinte y la descomposición del imperio otomán. Esta biografía, por un lado bajo los rasgos de un melodrama y por otro de acuerdo a las líneas que rigen los filmes de acción, no logra establecer con claridad y de manera convincente la personalidad de la que se llamó “el Laurence de Arabia femenino”…
Herzog parece mucho más cómodo y eficaz estos últmos años en el género documental. Quizás debería limitarse a esto…..
Queda la presencia de la Kidman, de James Franco y de Robert Pattinson -este último en el papel justamente de Laurence de Arabia-, quienes engalanaron -menos Pattinson, que no logró llegar- con su presencia el tapete rojo del festival y alocaron a sus fans, quienes a pesar del intenso frío se concentraron en grandes cantidades para aclamarlos en su entrada al palacio de los festivales.
Otro tanto sucedió con la presencia de la actriz británica Charlotte Rampling y de su colega Sir Tom Courtenay, quienes interpretaron con sólida eficiencia los papeles principales de una pareja que se enfrenta a su pasado en “45 años”, un drama familiar dirigido con mucha delicadeza por el británico Andrew Haigh.