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1, diciembre 2023 - 18:16

┃ Arturo Méndez /ENVIADO

Las expresiones son tanto positivas como negativas Foto_Arturo Mendéz

Bogotá, Col.- La belleza de Bogotá está en sus calles, así como la realidad de una gran parte de su sociedad. Si bien es cierto la ciudad ofrece una riqueza cultural enorme, también presenta un episodio gris en sus paredes. Este laberinto de cemento se extiende a lo largo de kilómetros, hasta donde alcanza la vista.

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Desde hace unos años, el graffiti y el muralista se adueñó de cientos de rincones de la urbe, desde el turístico centro hasta las calles más alejadas. La infraestructura bogotana conformada por puentes, túneles y grandes naves industriales alejan un poco a los visitantes, pero atraen a artistas y pandilleros que buscan rayar los ladrillos.

Por un lado, el graffiti es ya un atractivo turístico que se compagina con la vida política y cultural de Bogotá. Mientras que hay una contraparte, la cual refleja el vandalismo y el poco respeto de los jóvenes por su ciudad. Es común ver grandes obras de la pintura en aerosol, pero son las menos. Para desgracia de la capital, son más las pintas de bandas, los seudónimos y rayones los que desgastan esta antigua ciudad.

Grandes marcas reconocidas tienen sus locales en el centro histórico de la ciudad, los cuales no se preocupan por despintar estas marcas, dado que si lo hacen al día siguiente volverán a estar igual. Sin embargo, La Candelaria, como se le denomina a esta zona no es exclusiva para las pintas.

Recorrer las grandes avenidas hace notar que en los rincones más lejanos de la Plaza de Bolívar también sufren estos daños. Solamente la Zona T y G, como se les conoce a las más exclusivas de la capital se libran de ello.

Dentro de los graffitis se realizan protestas sociales / Foto: Arturo Mendéz

Comerciantes, vecinos y algunos jóvenes lamentan que esto suceda día tras día y que no haya consecuencias graves por este crimen. “No pasa de una multa, la policía los ve y los detiene pero solamente pagan plata y salen”, comentó a ESTO Heidy, una universitaria que transitaba por la calle 31.

El lamentable origen de esta rebeldía urbana es el asesinato de un joven grafitero de 16 años, Diego Felipe Becerra. Quien perdió la vida a manos de un policía que lo descubrió pintando un puente y disparó en su contra. Posteriormente intentó encubrir su error diciendo que Becerra era un ladrón.

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