20, noviembre 2023 - 10:30
Alfredo Di Stéfano fue secuestrado tres días en Venezuela / Foto: Reuters
Cuando sonó el teléfono de la habitación 216, un conserje del hotel Potomac le pidió a Alfredo Di Stéfano que bajara, pues un grupo de hombres quería hacerle unas preguntas, pero la respuesta del jugador fue: “si quieren hablar, que ellos suban”. Lamentablemente, la consecuencia de esto fue un secuestro exprés en contra del argentino-español.
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El atacante creyó que unos amigos del Real Madrid querían jugarle una broma, pero pocos minutos después vio a tres presuntos policías pedirle que bajara de su habitación. Una vez que aceptó y se subió al automóvil -a punta de pistola-, le revelaron que estaba secuestrado. José Emilio Santamaría, compañero de don Alfredo, observó lo que pasó y quiso decirle a un directivo, pero el propio Di Stéfano le pidió que no lo hiciera.
“Le vendan los ojos y le ponen unas gafas oscuras. Le dicen que esté tranquilo, que no le pasará nada. Y empieza un baile: primero a un apartamento, luego a una casa de campo, finalmente a un piso por el centro de la ciudad. Él, vendado, no podrá identificar los trayectos“, escribió Relaño en su edición de “¡Han secuestrado a Di Stéfano en Caracas!” del diario El País.
Los sujetos en cuestión llamaron al hotel para avisar que el jugador estaba bien y que lo soltarían cuando los medios hicieran más difusión a lo sucedido. Los secuestradores le pidieron a Alfredo que no tuviera miedo, ya que no estaba en sus planes hacerle daño, a menos que los desobedeciera.
Cuando le quitaron la venda de los ojos, lo primero que vio Di Stéfano fue una serie de pinturas de Paúl del Río, un artista plástico que era el líder del grupo guerrillero que lo tenía privado de su libertad. A su alrededor habían falsos policías con ametralladoras que seguían las órdenes del también apodado ‘Máximo Canales’. Ahí mismo le revelaron que su operación se llamaba Julián Grimau, en alusión a un dirigente comunista español que fue fusilado en la dictadura de Francisco Franco.
El verdadero objetivo del secuestro era llamar la atención de la prensa y protestar contra el gobierno venezolano de Rómulo Bentancourt, así que ninguno de ellos pidió el rescate del futbolista. Di Stéfano suplicó que lo dejaran libre al decir que sus padres padecían problemas cardíacos y podrían morir si se enteraban, pero al respuesta siempre era la misma: “no te haremos daño”.
Los guerrilleros le ofrecieron pizza, cerveza, sándwiches y hasta paella, pero Alfredo no quería ni siquiera cambiarse de ropa. El partido entre el Real Madrid y el Porto que estaba pactado antes del viaje, se llevó a cabo sin él, pero los hombres le dieron una radio para que pudiera escucharlo. Di Stéfano, que a estas alturas pensaba que moriría, se resignó a lo que creía que sería su inevitable destino.
Al tercer día del secuestro, le informaron al jugador que lo iban a liberar pero querían raparlo. Cosa a la que se negó porque, según él, le quedaba poco cabello -antes muerto que sencillo-. En cambio, se le dio un sombrero. Di Stéfano pidió una pistola por si la policía real se hacía presente y había balacera: “no quiero morir como un conejo”. Nuevamente, le vendaron los ojos y lo mandaron en taxi a la embajada española en Caracas.
Alfredo temía que le dispararan por la espalda y una vez que fue liberado en plena calle para que tomara su taxi, corrió a esconderse detrás de un árbol. Y, cuando creía que la situación se había terminado, notó que entre la prensa -que cubría su caso de liberación- habían dos secuestradores disfrazados.
“Pasé mucho más miedo que secuestrado. Trabé la puerta de mi habitación con una silla y no dejé pasar siquiera al ruido”.
Cuando ya estaba nuevamente con sus compañeros e iba de regreso a España con el Real Madrid, Alfredo vio que uno de los guardias de seguridad del aeropuerto le guiñó el ojo y susurró: “gracias, te portaste como un fenómeno”. Este acto provocó que en todo el viaje, Di Stéfano tomara refrescos a más no poder (eso hacía cuando sentía ansiedad).
La calma llegó cuando se enteró que Del Río fue detenido por la policía y condenado a tres años de prisión. Cuando salió, se dedicó únicamente a la pintura y le envió varios cuadros a Di Stéfano, pues era su admirador. Incluso, en el 2005 estuvo como parte de los invitados en la premiere de “Real, la película”. Alfredo dijo que con el tiempo perdonó a los que lo secuestraron, pues en realidad eran altruistas que sólo buscaban un cambio en la población.
“Llegué a perdonar a mi secuestradores: eran altruistas, gente con un ideal. No puedo olvidarme; tengo en casa un cuadro firmado por uno de ellos (Del Río/Canales). Me lo regaló para resarcirme del sufrimiento. ¿Síndrome de Estocolmo? No, hasta ahí no llego. Fue todo muy extraño. Antes de volver de Venezuela, la embajadora me regaló un loro que decía chévere y más y más. Al subir al avión pedí el aire acondicionado al máximo, no dejaba de sudar del susto. El loro se enfrió y murió a los cuatro días en Madrid”.
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