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Mira

27, agosto 2023 - 12:13

┃ José Ángel Rueda

La carrera rompió récord en una de sus ramas / Foto: Oswaldo Figueroa

Hay un nudo en la garganta casi unánime que va ahogando los gritos de quien apoya en la desembocadura de la calle 20 de noviembre con el zócalo capitalino. La penúltima curva y la penúltima recta del Maratón de la Ciudad de México antes de encarar ahora sí los metros definitivos, donde el bullicio queda atrás y los corredores se encuentran consigo mismos, en la meta, su yo del futuro, el lugar soñado.

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Aunque cada etapa del Maratón tiene lo suyo, el último kilómetro presenta de golpe el sentido de quien se anima a correr durante 42.195 kilómetros. Una distancia mítica, salvo para quien la logra, como quien entra en una nueva dimensión.

La gente que apoya desde afuera lo sabe y no escatima en aliento. Como una palmada a quien ya no puede más, o como un grito que despierta a quien corre sin creer que eso que pasa es verdad.

Adentro del carril también hay gritos, de euforia, pero también de dolor, el esfuerzo definitivo que les hace apretar el paso para llegar, finalmente llegar.

Hay quien decide grabar esos últimos metros, grabarse a ellos, o lo que ven. Como un respaldo de la memoria, algo que les recuerde qué se siente estar ahí. Hay, sin embargo, quien no graba nada y todo lo registra en la mente, bajo el riesgo del olvido.

Opacados solo por las cíclicas campanas de la Catedral, los gritos de vamos se agolpan en la meta. Pero también los te amo, algún a huevo por ahí, y los gritos hacia dentro. Como una rugido desgarrador que hace que nada de lo que fue antes vuelva a ser igual.