3, enero 2023 - 19:32
Juan Fabila, único ganador de medalla para México en los JO de 1964. Fotos: FOTOTECA, HEMEROTECA Y BIBLIOTECA "MARIO VAZQUEZ RAÑA” Y ÉRIK ESTRELLA
Juan Fabila Mendoza, quien se colgó el bronce en peso gallo en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 para ser el único medallista de toda la delegación de nuestro país, afirma que de haber existido armonía en aquel equipo de pugilismo, pudo haber obtenido el oro.
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Las crónicas señalan que Fabila salió “a tirar golpes en forma desordenada, contra su rival de Corea del Sur, Chung Shin Cho”, lo que le impidió asegurar plata al perder por puntos. Juan lo achaca a que el entrenador que tenían “lo desmotivaba con sus insultos”.
“Era un argentino, Bruno Alcalá, siempre me echaba indirectas. En la esquina me decía malas palabras… ¿las puedo decir? Me gritaba ‘maricón de mierda’, ‘la puta que te parió’, ‘la concha de tu madre’. Yo nunca permití que me mentaran la madre, que me insultaran, ni a mí ni a mi familia; no estaba acostumbrado a eso y tuvimos muchas dificultades”.
Sobre el hecho de que México en raras ocasiones obtiene preseas en boxeo, pese a ser toda una potencia a nivel profesional, Fabila responde: “Da tristeza y lamenta uno mucho que no se pongan de acuerdo las autoridades para tener maestros, no extranjeros, sino maestros de aquí, mejor preparados. Por ejemplo, yo me preparé, estudié, tuve varios cursos de clases de boxeo e inclusive aquí (su gimnasio de la colonia La Joya, Tlalpan) les enseñamos a nuestros muchachos. Les digo que pongan atención para que el día de mañana, si alguien les pregunta, sepan qué es el boxeo”.
Según Juan, un curso básico para entrenadores “debe incluir la forma física, la psicología y la técnica-táctica, que sepan lo que es eso; desgraciadamente, muchos deportistas o ex deportistas no ponen atención a esos puntos tan importantes”.
Juan comenzó su etapa de entrenador en 1971, por lo cual construyó, además de un gimnasio, una pequeña arena con gradas, en cuyo centro está un ring de medidas reglamentarias, dentro de su hogar. Hasta la fecha, Fabila entrena ahí a jóvenes y en ese mismo cuadrilátero se dan clases de lucha libre. “Aquí luchó el Perro Aguayo, Fishman, los Villanos, los Misioneros de la muerte; tuve buenas luchas”, nos dijo.
En el espacio en que instaló su gimnasio, el cual es cerrado, están pegados recortes de periódicos, en los que predominan los de ESTO, cuyo enviado especial cubrió su desempeño en aquella justa olímpica, en los 54 kg.
En su más reciente festejo de cumpleaños, Fabila estuvo acompañado por otros héroes olímpicos, como Antonio Roldán, Joaquín Rocha y Daniel Aceves.
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ASÍ RECIBIÓ MÉXICO A FABILA TRAS SU GESTA OLÍMPICA
Los ojos de Juan Fabila cobran un brillo especial cuando recuerda que fue objeto de una bienvenida clamorosa al volver a pisar suelo mexicano, tras su memorable actuación en Tokio 1964. El medallista olímpico confesó que fue toda una sorpresa para él.
En el interior de la sala de entrenamiento de su casa, un espacio “plagado de recuerdos”, platicó con nosotros. “Fue una cosa grandiosa, fue una impresión grande porque yo también había ido a los Juegos Panamericanos y en aquella ocasión, a nuestro regreso, toda la atención era para el futbol, pero ahora era yo al que aventaban por delante. Yo no sabía que me iban a dar ese lugar especial.
“Así que cuando aterrizamos en México, me causó asombro porque no me lo esperaba, pero como yo era el que había ganado la medalla, me hicieron el honor y el favor de que fuera el primero en salir para que me entrevistaran”.
Con su característico trato amistoso, Juan prosiguió: “Aquella vez, después de estar en el aeropuerto, también fueron los periodistas a la carnicería de mi hermano, en San José Insurgentes, para tomarme fotos. Después nos vinimos para acá, a la casa que fue de mi papá (en La Joya, Tlalpan)”.
“Desde entonces me han hecho muchos reportajes que con el tiempo son menos frecuentes. Hoy le doy las gracias a ustedes, que se acuerdan de uno”, remarcó.
EN SUS GENES YA ESTABA SER BOXEADOR
A pregunta del reportero, Juan platicó sobre la forma cómo entró al boxeo. “Mi padre, José Fabila Tadeo, fue boxeador; él peleó aquí en San Ángel, en Tacubaya, en Mixcoac. Nada más fue amateur, pegaba fuerte y eso me consta porque yo lo hacía pelear a veces en la calle. Todo por este rumbo eran milpas y no faltaban los borrachos que andaban ‘muy tigres’ e insultaban a la gente.
“Yo todavía estaba chavo y le decía a mi papá ‘el otro día me pegó este señor; pasé y me dio un golpe en la cabeza’. Cuando esas personas se acercaban, mi papá los descontaba. A veces, me retaban: ‘tu papá ya está viejo’. Me acuerdo que mi padre era un poquito más bajo que yo y se ponía con jóvenes altos; se (les) acercaba y ¡zas!, tenía un golpe que conectaba aquí en el plexo solar, su oper, y se iban al suelo, a revolcarse”.
Juan reveló: “Yo tuve muchos problemas por ser boxeador, con los jóvenes, porque me retaban, se ponían al brinco, y los aplacaba. Venía la patrulla por mí a cada rato, me llevaban detenido; ya me conocían aquí en la Delegación, me decían ‘otra vez usted, joven Fabila’, y les explicaba que era porque me insultaban; sucedía algo parecido a cuando yo era muy chico, que les gustaba a los demás para querer pasarse de listos”.
COLGÓ LOS GUANTES AL CONOCER A SU ESPOSA
Interrogado por qué no continuó la que era una promisoria carrera como púgil profesional, Fabila Mendoza expresó: “Yo deseaba ser campeón del mundo, era mi idea. En ese tiempo, el Ratón Macías ya iba de salida; alcancé a José Becerra y yo quería ser famoso, como ellos, pero primero tenía que ser amateur para obtener la experiencia necesaria. Ya como profesional, había muchos comentarios sobre mi aparente calidad para destacar, de las cualidades que tenía, pero pues encontré al amor de mi vida, Lupita. Fui a pelear a Matamoros, conocí a mi mujer, ahí me enamoré y fue lo más grande; actualmente seguimos juntos”.
“Pasó que me enamoré -reiteró Juan- y hasta ahí llegó mi carrera porque me entregué más a mi matrimonio y sigo siendo feliz con esta familia que tengo, que es mi esposa Lupita y cuatro hijas. Hay muchos que esperan al hijo varón; en mi caso, pura mujer, y soy feliz. Yo quise mucho a mi madre, Sara Mendoza de Fabila, y ella no me vio cuando peleé, a lo mejor si hubiera vivido no me hubiera permitido pelear porque no le gustaba el boxeo. Desgraciadamente, ya no me vio cuando triunfé en Tokio. Hubiera sido una cosa maravillosa, o a lo mejor si hubiera vivido, no me dejaba ir a esos Juegos”.
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