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5, marzo 2016 - 20:18

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POR MIGUEL ÁNGEL MÚJICA/@MigueleldelEsto

EN el futbol actual es difícil hablar del cariño a la camiseta. Jugadores que juraron amor eterno a la playera que los vio debutar terminan por entregarse a la codicia del dinero, que tienta hasta al más fiel de los protagonistas.

Lo de ayer en el Azteca superó cualquier tipo de avaricia.

Aquel joven que debutó con la plaayera de su corazón en el ya lejano cinco de diciembre de 1992 cerró la página más complicada, hasta el momento, de su vida, decirle adiós al equipo que le entregó todo.

Cuauhtémoc Blanco dijo “chao” a la institución que más amó, el América.

Una pelota al larguero, la “Cuauteminha” y un taconazo fueron suficientes para saciar la sed de ídolos en el Azteca.

El Cuau dijo adiós, pero su legado siempre quedará en la mente y corazón del equipo más grande de México.

SU JUEGO

La pureza esencial del americanismo relució en el rostro de su afición. El hijo pródigo regresó tras su larga aventura. Con número de debutante, Cuauhtémoc saltó al Azteca con un compromiso en su espalda: no defraudar.

La primera no tardó en llegar. Sambueza se la puso, Cuauhtémoc se quedó corto. El ímpetu del 100 llegó a tal punto que recuperó un balón en media cancha, cedió para su aliado, Rubens probó sin suerte.

La pradera izquierda fue testigo de su picardía. Un taconazo estuvo cerca de habilitar al “Rifle” Andrade, Andrés fue derribado para evitar la anotación.

El representante de la gente tuvo una más. Oribe cedió para Blanco, el Temo amagó frente a Erpen, levantó el rostro y probó… ¡Palo!

El larguero le robó la gloria, aún así el Azteca explotó en júbilo, el detalle técnico dejó satisfecho al Coloso de Santa Úrsula.

Motivado por la negación. El Cuau corrió como niño, no le importó que Peralta, Andrade y Sambueza tuvieran más piernas, él hizo su mejor esfuerzo.

El poseedor de la actual 10 quiso imitar al homenajeado. Osvaldito la prendió desde fuera, el hombre de los reflectores aplaudió el intento.

Morelia cooperó en el partido. Los purépechas le prestaron el balón, tal vez ahogados por la altura o simplemente quedaron expectantes ante las finas acciones de Blanco.

Sambu y Andrade pecaron de personalistas, en dos jugadas casi parecidas tuvieron para dársela a Cuauhtémoc, ambos la mandaron a la grada. Sin egoísmos el veterano arengó a que lo volvieran a intentar.

Fue increíble como el Azteca se le entregó. La última de Blanco no tardó. El recuerdo del Mundial de Francia volvió a la mente de todos. Nacho González y Erpen salieron a cerrar el paso, marca patentada del Cuau, la “Cuauteminha” apareció en la grama, el público enloqueció, incluso los morelianos aplaudieron el atrevimiento.

No hubo para más. El reloj marcó el minuto 36, el retiro definitivo llegó. Con trote ligero llegó hasta donde Sambueza esperaba, Rubens tomó el brazalete de capitán. Blanco agradeció al respetable, tomó la mano de Quintero y se retiró con un semblante cercano a las lágrimas.

Tal vez no marcó, aunque fue reconocido por Oribe, Peralta se rindió a sus pies luego de su gol.

América perdió un ídolo, pero ganó una leyenda.

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