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Las reglas y los reglazos
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Eduardo Brizio

Fecha

29, enero 2021 - 4:40

Las reglas y los reglazos

“Las wilas”

Cuando me recibí de médico veterinario, tuve el gusto de irme a los Estados Unidos para mejorar mi inglés. Por unos meses viví en Pittsburgh, con la familia del doctor Smollen, quienes me adoptaron como un hijo más, de modo que todos los días me iba con él a su clínica (de “estorbante”) y mataba dos pájaros de un solo tiro, aprendía el idioma y me servía para incrementar mis conocimientos en la práctica médica con animales.

Otros meses los pasé en Cleveland, Ohio, en donde mi amigo Joe Julian me alojó generosamente mientras yo asistía al Cuyahoga Community College a tomar mis clases de inglés.

De regreso al terruño querido, con la ayuda financiera de mi papá, puse un pequeño “dispensario” veterinario en la colonia Santa Úrsula, a unas cuantas cuadras del Estadio Azteca.

Por aquellos días, los habitantes de la zona todavía tenían: gallinas, cerditos, borregos y otra fauna de “traspatio”, razón por la cual, también era una especie de farmacia, en donde haciendo “consultas de mostrador” se les vendían medicamentos a los clientes para remediar los males que aquejaban a sus animalitos.

Un buen día, muy al principio, cuando recién había abierto mi flamante negocio, al regresar a mi casa, me encontré con mi papá, que estaba platicando con Damián “El Longanito”, forma coloquial con la que llamábamos a uno de los trabajadores de una fabriquita de cerámica que mi jefe tenía junto a nuestra choza y que era oriundo de Arcelia, Guerrero.

Al verme mi papá me preguntó: ¿Cómo te fue?, digo, quería saber qué tal se estaba desempeñando su hijo el “doitor” en su nueva empresa. Bien, le contesté; pero me ocurrió algo muy curioso.

Resulta que estando laborando en mi consultorio, llegó un señor solicitándome algún medicamento para curar la diarrea “Es que mi wilito tiene diarrea” ¡Órale!, ¿Y de qué tamaño es su wilito? Pregunté… “Pues ansina”, contestó mientras separaba sus manos mostrándome un espacio como de 30 centímetros entre una y otra. ¿Y de qué color es?… pues blanco, respondió.

Lo que ocurría es que, por mucho que yo había estudiado en la Facultad, con mi título de MVZ colgado en la pared, a pesar de que me había andado pavonenado por Pittsburg y Cleveland dizque para aprender inglés ¡No sabía lo que era un wilo! Al escuchar mi relato, “El Longanito” se echó a reír; pero a carcajadas, hasta que atinó a decirme: “Pues es un guajolote, Lalo”.

Echando a volar la sinceridad, ya había llegado yo a la conclusión de que se podía tratar (una de dos) de un lechoncito o de un guajolote; pero no me atrevía a preguntarle a mi cliente “Oiga señor ¿y tiene plumas?” La buena noticia es que los polvitos que le mandé para que se los dieran diluidos en el agua le caerían de maravilla; es más, si hubiera sido un cerdito, igual le iban bien. Fue entonces cuando “me cayó el veinte” al comprender por qué sus detractores le dicen a las águilas del América… “Las wilas”.