Hay quienes piensan que el América es uno en la Liga MX y otro en la Concachampions, o en los confines de la llamada Leagues Cup. La razón apunta a que no es que propiamente se arrugue cuando enfrenta a los mismos rivales que supera internamente con sobrada superioridad, sino a que el arbitraje, con su VAR incluido, opera de una manera muy distinta a como lo manejan en otros torneos del orbe.

El claro ejemplo lo distinguimos en el juego de ida de los octavos de final de la Copa de Campeones de la Concacaf frente a Chivas, en el estadio Akron. Ahí, hasta el ridiculizado Rebaño le ha competido a los de Coapa, a partir de que en el comienzo de dicho encuentro el árbitro canadiense Drew Fischer dejó correr unas evidentes manos del rojiblanco Luis Romo, que cualquier silbante de la Liga MX, con el amparo del VAR, habría pitado como penalti.

“Aquí el videoarbitraje es más exigente, porque los dueños del balón presionan mucho (en la revisión de jugadas)”, deduce Eduardo Brizio, de linaje nazarénico. “Sin embargo, esta jugada, creo yo, era revisable al 100 %”, evalúa. “Pienso que el VAR debió haber llamado (al árbitro canadiense), porque es una mano muy clara en posición antinatural. Dicen que no era penalti porque en el forcejeo (con Brian Rodríguez), el jugador del América le da un jaloncito y eso lo desbalancea, y por eso se movió el cuerpo”, explica. Aún así, “si había discrepancia, lo tenía que ir a ver”.

El caso es que la última vez que las Águilas conquistaron el trofeo concakafkiano data de la temporada 2015-16, por lo que es uno de los pendientes de la tan aplaudida gestión de André Jardine. Así que para resolver ese inconveniente, una de dos, o capacitan intensivamente a los hombres de negro del área de Concacaf o nuestros nazarenos se ajustan a los lineamientos de la zona, como aparentemente ocurrió el sábado pasado, en el duelo de la Jornada 11 del Clausura 2025. Cosa que evitamos que se alarguen tanto los partidos, con excesivas revisiones, y dejamos que el juego fluya. Después de todo, nunca vamos a coincidir en la justicia deportiva mientras cada quién la vea con sus propios colores.