
José Ángel Rueda
10, septiembre 2025 - 6:00
Entre todos los deportes que conforman el programa olímpico, hay uno que disfruto casi por encima del resto: el tiro con arco. Muchos dirán ‘¿pero cómo?’ habiendo tantos otros deportes en los que el cuerpo se lleva al límite, como aquellos de resistencia o velocidad, pero la carga emotiva que puede llegar a generar el tiro con arco con su precisión y su particular drama, supone un combo difícil de ignorar.
Aunque parezca sencillo pararse en una línea de tiro y tratar de que una flecha caiga justo en el centro de una diana, lo cierto es que la disciplina tiene su complejidad. Según la modalidad del arco, ya sea compuesto o recurvo, la distancia cambia. Los arqueros se ubican a 50 o 70 metros y desde ahí su único objetivo es que la flecha caiga lo más al centro posible. La magia de todo esto es que ni siquiera tirando cientos de flechas al día el movimiento se mecaniza como para evitar los errores. Una leve variación en el proceso puede representar un resultado adverso. Ahí radica la tradición de un deporte milenario que, antes de ser deporte, fue muchas otras cosas.
Como buen deporte de precisión, el entorno se convierte en un elemento más del juego. Los arqueros miran con cierta nostalgia las ráfagas de viento que corren sobre el campo de tiro y que agitan la bandera ubicada arriba del objetivo. Saben que la fuerza del aire es capaz de alejar la flecha del centro y no podrán hacer nada para evitarlo; en una corriente se pueden ir años de preparación. Lo mismo con las aves que sobrevuelan los descampados, con la lluvia que cae, con el tiempo que se agota cada que se paran en la línea de tiro y comienza a correr, siempre en contra.
El cúmulo de cosas hace que los partidos siempre tengan su carga dramática, porque en realidad las posibilidades de que gane uno u otro siempre están abiertas. Una flecha fallida puede cambiar el rumbo de un encuentro, o el acertar al centro cuando las pulsaciones aumentan y el brazo que sostiene el arco debe permanecer intacto.
Los arqueros, casi siempre, son tipos particulares, supersticiosos, que se aferran a sus ideas para que la suerte los acompañe. En México nos suele ir bien y eso basta para emocionarnos siempre.
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