José Ángel Rueda
13, octubre 2018 - 2:05
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La noche del 17 de julio de 1996 quedó grabada como una de las más vergonzosas en la historia del futbol local. Aquella ocasión, después de un partido en el que habíamos sido claramente superiores a los tramposos del Salvatierra, el árbitro Justo Malacara, que de justo no tiene nada, se inventó en los minutos finales dos penales que terminaron con toda nuestra ilusión, arrebatándonos la Copa de la manera más cruel que se recuerde sobre estas tierras.
Hablar de la frustración que sentimos después de aquella noche ayudará a comprender nuestra decisión. Es importante que todos conozcan nuestra versión porque hemos sido juzgados más de la cuenta, sin que la gente se detenga a pensar que el verdadero robo se dio aquel día en el que Malacara se vendió y le regaló al Salvatierra esos dos penales increíbles. Finalmente, bien dice el dicho que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón.
La idea de hacer justicia por nuestra cuenta surgió la misma noche del robo. Veníamos en el camión atrapados por un silencio absoluto cuando de pronto el “Gordo”, el más impulsivo de todos, se levantó bruscamente de su asiento y gritó que no sabía cómo ni cuándo, pero que eso no se iba a quedar así, que esa Copa iba a regresar a las vitrinas del equipo municipal de Acevedo. Los ojos del “Gordo” parecían desorbitados, situación que nos dejó un tanto sorprendidos y que hizo que tardáramos en reaccionar, pero apenas unos segundos después, todos salimos del letargo y apoyamos sus palabras sin saber en realidad a qué se refería.
Lo cierto es que al otro día, muy temprano, el “Gordo” nos juntó de emergencia para explicarnos que ya tenía un plan. Todos lo vimos como si se tratara de un loco. Lo de anoche parecía más una táctica para animarnos que para recuperar en serio ese trofeo. El caso es que bastaron unos segundos para saber que todo lo que decía estaba bien fundamentado, que no se iba a quedar con los brazos cruzados y que en verdad tenía la intención de robar esa Copa.
Debo de reconocer que en un principio me pareció una idea sin sentido, pero ya sabe cómo es uno que luego luego se deja calentar la cabeza y al cabo de unos días yo era el más convencido. Así que empezamos. El primer paso era saber dónde tenían guardado los tramposos el trofeo. No fue difícil investigar que los muy cínicos lo habían expuesto en la sala principal del Museo Municipal de Salvatierra, como si hubieran hecho los méritos necesarios para ganarlo y fuera un motivo de orgullo.
Una vez que supimos dónde estaba la Copa, el siguiente paso fue investigar el sistema de seguridad del museo, el cual estaba compuesto básicamente por dos guardias que se repartían el turno entre mañana y noche. El nocturno, que era el que más nos interesaba, daba rondas eventuales por la sala principal y se mantenía despierto gracias al sonido en sordina de una vieja radio.
Fue así que descubrimos que el problema no estaba ahí, en los guardias, sino que la calle donde se ubica el museo regularmente es muy transitada y fácilmente podríamos ser reconocidos. Entonces fue que el “Gordo” tuvo una idea brillante. El Día de Salvatierra estaba próximo a celebrarse, por lo que esa noche, mientras todos festejaban en la plaza central, podríamos distraer al guardia y robar el preciado trofeo.
El plan era relativamente sencillo. Había que entrar a Salvatierra por el Cerro de los Muertos. Para eso había que caminar cerro arriba por aproximadamente una hora y después comenzar el descenso. A más tardar en tres horas estaríamos ahí, dijo el “Pelón”, como convenciéndonos de que era la mejor opción, que entrar por la carretera sería prácticamente entregarnos al enemigo.
Entonces emprendimos el viaje, éramos cuatro. La idea era que entre dos distrajeran al guardia y los otros dos entráramos por la puerta trasera, que según los rumores, no cerraba bien y era fácil forzarla. Fue así que llegamos finalmente al museo justo antes de las 11 de la noche. Como lo habíamos imaginado, Salvatierra parecía un pueblo fantasma. Sólo se alcanzaban a escuchar a lo lejos los tambores y las trompetas que amenizaban la fiesta y que acompañaban el espectáculo de juegos pirotécnicos que alumbraban el cielo.
Una vez ahí pusimos en marcha el plan. El “Gordo” se asomó sigilosamente por las ventanas y después de unos minutos llegó a la conclusión de que ahí adentro no había nadie, que seguramente el guardia había tenido la noche libre. Con alegría corroboramos que. en efecto, la puerta trasera era fácil de forzar, por lo que entramos al museo sin mayor contratiempo.
Todo parecía perfecto, sin embargo, contadas son las veces que todas las cosas salen bien. El problema vino cuando llegamos a la sala principal y descubrimos con horror que la Copa no estaba en la vitrina. Fue entonces que el “Gordo”, con los ojos llenos de ira, reflexionó algo que no habíamos contemplado, que probablemente los muy tramposos se habían llevado el trofeo al festejo, y así nos fuimos con las manos vacías.
El regreso a Acevedo fue duro, casi eterno. La desilusión era tanta que por un momento consideramos olvidarnos para siempre de la idea. Pero ya sabe cómo es la vida que a veces suele dar segundas oportunidades. Fue un domingo de final en el que el Salvatierra se enfrentaba al equipo de Santa María. Nosotros, compungidos, habíamos quedado fuera en semifinales.
Fue el “Gordo” el que una vez más llegó con esa cara de loco y nos dijo que ese día era perfecto para retomar el plan, que seguramente esa noche, durante la final, el estadio estaría lleno y la ciudad se quedaría vacía de nuevo, y que si teníamos suerte encontraríamos el museo solo.
Tenía razón, así que por la tarde caminamos cerro arriba y luego descendimos por las calles vacías de Salvatierra, y al cabo de unas horas llegamos al museo. Esta vez no corrimos con la misma suerte. Desde afuera se alcanzaba a escuchar el sonido de la radio con la narración del partido. El “Gordo” se asomó cuidadosamente por la ventana y pudo ver al velador caminando de un lado a otro, completamente metido en el partido. Entonces, sin tiempo que perder, aprovechamos su distracción para meternos por la parte de atrás y ahora sí recuperar el trofeo.
Al otro día, los periódicos locales no hablaban de otra cosa más que del robo de la copa y de la final ganada por el Santa María. Sí, de aquella noche trágica en la que el Salvatierra perdió dos copas y no supo ni cómo.
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