
José Ángel Rueda
13, abril 2023 - 6:00
Leía el otro día las declaraciones de Josep Guardiola respecto a la derrota, eso de que Michael Jordan perdió mucho más de lo que ganó. Quien conoce al técnico catalán, sabe que cuando evoca a Jordan es porque la cosa va en serio, como si apelara a la universalidad del basquetbolista para zanjar cualquier tema. Como un término que está por encima de cualquier cosa.
Los años le han dado a Jordan esa ventaja. Jordan, el basquetbolista, es un producto terminado. Puede verse a lo lejos como un todo. Guardiola dice que el mejor basquetbolista de la historia perdió más de lo que ganó, y tiene razón, porque los seis campeonatos ganados en las 16 temporadas en las que jugó no alcanzan para desmentir al Pep; al contrario, hasta lo justifican.
Sus palabras me hicieron pensar en la manera en la que se ha abordado la derrota en el deporte. El concepto de la derrota, quiero decir. Algo más allá de la sensación que surge cuando pierdes un partido, la tristeza retratada en un resultado.
Decía, dice, el escritor Martín Caparrós en su libro de correspondencia con Juan Villoro que el futbol es fracaso todo el tiempo, hasta que “se produce esa explosión” llamada gol. El modo de ver las cosas del argentino parece tremendamente triste, pero tiene razón. Si la cosa va bien, de los noventa minutos que dura un partido, o más, con las compensaciones cada vez más desmedidas, el proceso del gol no dura más de dos minutos. El tiempo desde que el balón besa la red hasta que termina el festejo es breve, y sólo para un lado. La dicha nunca es para todos. No abundan los partidos inundados de goles, los hay, pero pocos. Las sumas y restas nos dejan, por lo menos, 80 minutos destinados al fracaso. Por más que haya caños y jugadas peligrosas, si no acaban en gol el futbol quedó incompleto. “Una linda jugadita” decía Eduardo Galeano, a modo de limosna, en plena resignación.
Si la idea se ve de una forma más global, campeón, en un año, solo hay uno. Los aficionados se acostumbran a vivir en la desgracia, como si la alegría de un eventual título tuviera su tributo. Nada es gratis en esta vida, mucho menos un campeonato. Por eso nos sorprende cuando surge un bicampeón, o cuando un equipo lo gana todo uno o dos años, consciente de que lo único seguro es que pronto volverá a perder.
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