
José Ángel Rueda
25, junio 2025 - 6:00
A principios del 2022, caminaba por el Wilshire Blvd, en Los Ángeles, cuando de pronto apareció en el camino uno de los tantos puestos de comida callejera que abundan en las grandes ciudades. En la oscuridad de la noche, debajo de unos focos color ámbar, lo que más destacaba era el fuego que doraba el trompo de pastor y la pavesa del carbón que volaba para todos lados, impulsada por el aire.
Recuerdo la sensación de profunda sorpresa al ver un trompo tan bien hecho, a la mitad de la calle, y el olor de las costillas y la longaniza dispuestas en la plancha. Las salsas, verde y roja, cuidadosamente acomodadas, y un vitrolero gigante con el agua de horchata. La imagen podía remitirme perfectamente a México.
Detrás de las mesas atendían tres mexicanos y una señora, también mexicana, que hacía las tortillas y las gorditas en el comal. Los clientes, sin embargo, no necesariamente eran mexicanos, porque en la larga fila había gringos y coreanos y hasta europeos que se sentían atraídos por el olor, pero también por la luminosidad del puesto.
El dueño del “Parrillón” es el señor Cristino Arizpe, poblano, que por entonces llevaba 16 años en Estados Unidos y, si todo ha ido bien en este tiempo difícil, ya serán casi 20. Las historias de Clemente y Alfonso son parecidas; desde muy jóvenes salieron de su país para ganarse la vida. Lo que más les pesa no es estar lejos, sino la imposibilidad de volver, llevar años sin ver ni abrazar a sus familias.
Por todo Los Ángeles abundan este tipo de historias, personas que crecen lejos del lugar donde nacieron. Su país permanece dentro de ellos en la manera en la que hablan, como una llama encendida, en su música, en su comida y también en su futbol. Los equipos que siguen a lo lejos y que de vez en cuando, lo saben bien, irán a jugar cerca de ellos, aunque se trate de amistosos o de juegos de pretemporada.
Para el migrante, el futbol es eso: encontrarse con su gente, sentirse en México aunque sea por un ratito, ponerse la playera, gritar un gol como si fuera el Azteca, un pedazo de su tierra a miles de kilómetros de distancia. Nostalgia pura, y quiénes somos nosotros para juzgarlo.
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