José Ángel Rueda
11, junio 2025 - 6:00
El otro día, mientras veía la legendaria final de Roland Garros entre Alcaraz y Sinner, me puse a pensar en cómo cada deporte está configurado para generar en el aficionado diversas emociones, alguno más que otros, pero en realidad cada uno tiene su encanto particular.
La idea surgió justo en el momento en el que Carlitos estaba dos sets abajo y Sinner tenía tres puntos para campeonato. No podía existir un panorama más complicado para el tenista español, y aun así, el juego le daba una última posibilidad, sin importar qué tan remota podía ser.
El tenis propicia este tipo de cosas, donde el aficionado sabe perfectamente cuándo un juego puede terminar, una alerta que permite disfrutar el momento con los cinco sentidos, juntar toda la adrenalina posible para vivir en plena conciencia la definición. El sonido rítmico de los golpes hace que la emoción vaya en aumento hasta que de pronto llega el acierto o el error que lo define todo.
Algo parecido pasa con el beisbol. El rey de los deportes avanza lentamente, en su mundo particular, hasta que de pronto el partido entra en su fase decisiva. Lo apasionante de todo esto es que en realidad el partido nunca está definido, hasta que cae el último y definitivo out. El espectador observa con sufrimiento el desenlace aun cuando su equipo o su rival tiene una cómoda ventaja, porque sabe que nunca es suficiente.
En el futbol o en el básquetbol la cosa es distinta, salvo en las series de penaltis o en determinadas circunstancias. Muchos partidos escapan del drama porque el tiempo avanza de manera implacable. No hay forma de detenerlo. Aún así, salvo que la ventaja sea mucha, siempre queda la posibilidad de que el resultado cambie en ese último minuto que también tiene sesenta segundos, como narraba el entrañable don Fernando Marcos.
En el futbol americano, el tiempo también avanza, aunque con sus pausas dramáticas. Las hazañas suelen ser posibles en determinados momentos, pero no suponen una regla. El elemento que lo cambia todo es la cuenta para el primero y diez. Los aficionados saben que después de una cuarta oportunidad fallida todo se complica, a veces de forma irremediable. Los goles de campo agónicos no escapan del encanto, disfrazados de azar. Los deportes de velocidad tienen su particular vértigo, porque pocas cosas son más emocionantes que descifrar quién llegó antes a una meta.
José Ángel Rueda
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