
José Ángel Rueda
18, junio 2025 - 6:00
De unas semanas para acá, el algoritmo de mis redes sociales me muestra puras páginas de ciclismo. Es el resultado de aquellos días en los que buscaba toda la información posible sobre Isaac del Toro y lo que hizo en el Giro de Italia. Lo interesante de todo esto es que así como estoy yo seguro está mucha gente, que de pronto se enganchó al ciclismo por las andanzas del “Torito” y esas jornadas frenéticas en las que recorría las carreteras y las montañas italianas vestido de rosa.
Siempre me han llamado la atención esos fenómenos en los que de pronto la explosión de un deportista cambia para siempre la vida de quien lo ve. El momento exacto en el que un atleta se convierte en ídolo. Las épicas batallas quedan grabadas en la memoria de los espectadores que recuerdan esos días con cariño.
En México, por ejemplo, abundan los aficionados que son capaces de enumerar una a una las fechas en las que Julio César Chávez ganó sus campeonatos mundiales. La gente se pregunta cuándo volverá a salir un boxeador como él, y se responde con tristeza que probablemente nunca. Algo parecido pasa con aquellas temporadas maravillosas de Fernando Valenzuela con los Dodgers y los espectadores enganchados a la televisión, escuchando las narraciones del Mago Septien. O esos días gloriosos de Hugo Sánchez en el Real Madrid, con la certeza de que un mexicano jugaba el rol de mejor delantero del mejor equipo del mundo.
Los años también nos permitieron vivir el vértigo de Rafa Márquez en el Barcelona y de Chicharito en el Manchester United. Enamorarnos de la Fórmula 1 con las andanzas del Checo arriba de su Red Bull.
Aunque Isaac del Toro es muy joven y su carrera apenas comienza, esas tres semanas del Giro de Italia tuvieron algo de esa nostalgia. Muchos aficionados despertaban con la urgencia de saber qué había pasado con “Torito”, si había logrado mantener la maglia rosa y si era capaz de llegar con ella hasta Roma, después de superar puertos como el mítico Mortirolo o la extenuante Colle delle Finestre. Podemos estar tranquilos, la semilla está sembrada.
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