José Ángel Rueda
2, junio 2022 - 4:06
POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA
No sé qué será mejor, si el Atlas de antes o el de ahora. Me refiero a la esencia. El equipo al que le alcanzaba un campeonato para construir sus valores; es decir, que no hacía falta que ganara para que sus aficionados se sintieran orgullosos de lo que son, como si la derrota no hiciera más que fortalecer ese vínculo por todo lo que conlleva irle a alguien que nunca gana. Pero el Atlas ya ganó, y esos dos campeonatos consecutivos habrán de construir un nuevo discurso, aunque aún no se sabe cuál. Las victorias suelen reclamar continuidad.
Este segundo título lleva días dando vueltas en mi cabeza, no tanto en lo futbolístico, sino en la historia que el deporte fue capaz de construir, con todos sus misterios. Esa casualidad, sustentada en el trabajo, desde luego, que un equipo que no ganó nada en 70 años de pronto se le junten las victorias y caigan dos en fila
Aunque el resultado es consecuencia directa de la buena gestión, no deja de haber algo de suerte, de probabilidad en contra, de astros alineados para que algo que nunca ha pasado de pronto suceda. No por nada son apenas tres los bicampeones en el vértigo que suponen los torneos cortos en el futbol mexicano.
El doble golpe del Atlas me hizo recordar otras cosas, sobre todo en la forma en la que funciona el destino, pero también el azar. Dos conceptos permanentemente ligados. Son tonterías, y no pretendo comparar, pero el fenómeno de la poca probabilidad trabaja de forma similar.
Hace algunos años, cuando salí de mi casa, descubrí con pesar que la llanta de mi carro se había ponchado. Más allá de la molestia propia del contratiempo, la cambié y todo quedó en eso. La verdadera sorpresa llegó al día siguiente, cuando otra llanta se me ponchó camino al trabajo. Llevaba años sin que eso ocurriera, y de pronto pasó en días consecutivos, como si la vida tuviera algo que decirme, aunque sospecho que todo se trató de una casualidad, porque no encontré un mensaje oculto más allá del misterio.
La cosa se olvidó hasta que de pronto en un mismo día pisé dos veces la gracia de un animalito. Una en la mañana y otra en la tarde. Así como con las llantas, llevaba años sin que algo así pasara. Pero pasó, contra todo pronóstico. Ahora que lo escribo, nunca me ha pasado nada extraordinario a la inversa, es decir, nunca me he encontrado dinero dos días seguidos ni nada por el estilo.
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