
Eduardo Brizio
7, octubre 2025 - 6:00
Desde que tengo uso de memoria en todos los partidos del futbol (profesionales o amateur) se le obligaba al “capitán del equipo” a utilizar un brazalete que lo identificara como tal; sin embargo, en la regla de juego, dicha figura era prácticamente ignorada.
Es más, me atrevería a decir que en un principio era inexistente, para que después solamente se le mencionara en la parte correspondiente a la ejecución de tiros de penal para definir un ganador, en el que se explicaba que el “capitán del equipo debería de participar en el sorteo realizado mediante un revoleo de moneda para decidir qué equipo ejecutaba el primer disparo”.
Total, que mucho tiempo después, por no decir recientemente, vientos de cambio soplaron en la FIFA, hasta que en la regla 3 (los jugadores) se especificó que “cada equipo debería de contar con un capitán que llevaría un brazalete que lo identificaría como tal”. Igualmente, especificaba que “no gozaría de una categoría especial o privilegio alguno; pero que, tendría un cierto grado de responsabilidad en lo que concierne a la disciplina de su equipo”.
Así que, ya saben ustedes cómo se las gastan en FIFA para hacerle “modificaciones a la regla de juego”; de modo que, a alguna de esas mentecillas que brillan se le ocurrió que: “Con el objetivo de mejorar la conducta sobre el terreno de juego, potenciar la cooperación y reforzar la relación entre los jugadores y el árbitro, se exhortaría a que en todas las competencias se utilizaran las pautas para cumplir con la disposición de que solamente el capitán puede acercarse al árbitro” ¡Y ahí estuvo la tarugada!
Lo que ocurrió fue, al menos en el balompié mexicano, que los equipos creyeron que se le había otorgado al capitán una especie de fuero para convertirse en “el reclamador oficial” gozando de la libertad de cuestionar, durante el partido entero, todas y cada una de las decisiones adoptadas por el juez.
Para acabarla de amolar, no se consiguió que el capitán sea el único que se dirige al silbante, la indisciplina rampante permite que todo el equipo cuestione constantemente las marcaciones de los colegiados, comandados por el poseedor del brazalete, que actúa en muchos casos como un verdadero asesor permanente del árbitro ¡Les salió el tiro por la culata!
Quizá el mejor ejemplo lo encarna el uruguayo Fernando Gorriarán, capitán de los Tigres, a quien solamente le falta traer sus propias tarjetas y … el silbato en la boca.
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