
Eduardo Brizio
18, noviembre 2025 - 6:00
Luego del partido amistoso disputado el pasado sábado entre las selecciones de México y Uruguay, celebrado en el Estadio TSL, que terminó con empate a cero goles, se pudieron escuchar las declaraciones del ariete nacional Raúl Jiménez quejándose de la conducta adoptada por el púbico durante el encuentro.
En tono de enfado el atacante del Fulham afirmó que “le daba tristeza la conducta adoptada por los aficionados” quienes no solamente abuchearon al equipo; sino que, cada que el portero mexicano tomaba el balón le silbaban y cuando despejaba le proferían el “nefasto grito homofóbico”, debido a que los laguneros hubieran preferido que fuera Carlos Acevedo (Santos) y no Raúl el “Tala” Rangel (Chivas) quien estuviera bajo los palos del equipo tricolor esa noche. Además, los nuestros fueron despedidos con el coro monumental de “Fuera Vasco, fuera Vasco”, lo que evidentemente molestó a Jiménez quien agregó: “Por eso siempre se llevan los partidos a Estados Unidos”.
De inmediato las posiciones se polarizaron entre aquellos que opinan que le asiste la razón al goleador de la Selección y los que pensamos que el público está en su derecho de exigirle resultados al equipo.
Desde la época en que me desempeñé como silbante he opinado que el aficionado que pagó su boleto por ingresar al estadio puede “mentarle la madre al árbitro” durante todo el partido si así le apetece. Por supuesto que no es lo deseable, desde luego que es una falta de respeto hacia el juez, sin mencionar que denota una pésima educación; sin embargo, está en todo su derecho de hacerlo.
No conozco a nadie que le agrade ser insultado; pero, al desempeñar una labor pública como lo es dirigir un partido de futbol, te expone al “juicio” y al “escarnio” popular, ya no digamos a convertirte en “paño de lágrimas” de los partidarios del club que carga con la derrota, haciéndote culpable de todos sus males.
Ahora algunos se rasgan las vestiduras pidiendo “respeto” ¡Ah caray!, jamás he escuchado que alguien exija que la afición respete al árbitro. Es entonces cuando surgen las preguntas ¿Por qué tendría que ser distinto en el caso de los futbolistas? ¿Qué, acaso debería de existir un “pacto de incondicionalidad” hacia la escuadra de su preferencia? ¿Se debe aplaudir un pésimo desempeño o una mal resultado?
Y el cuestionamiento, quizá, más importante sería ¿Quién habrá tenido la feliz ocurrencia de bautizar al público como … “El respetable”?
Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad de quien las emite y no de esta casa editorial. Aquí se respeta la libertad de expresión.
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