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Desde tierras mundialistas. Alberto Lati
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Alberto Lati

17, julio 2017 - 13:19

Desde tierras olímpicas

 

Modificar las reglas es, ni duda cabe, un camino para romperlas.

Como ya se daba por hecho, como lo deseaba su titular Thomas Bach, como ya se había reiterado por todas las vías posibles, el COI modificó su reglamento de concesión de sedes bajo dos temores: el primero, que ninguna gran ciudad se postulara para albergar los Olímpicos de 2028 (o que al efectuarlo fueran impedidas por la voluntad del pueblo, por los crecientes clamores adversos a ser anfitriones, por esos referéndums en los que casi siempre sale mal parado el proyecto de gastar miles de millones de dólares en estadios); el segundo que sólo se candidatearan sitios incapaces de brindar altas condiciones de estabilidad económica, política y social –como sí lo hacen París y Los Ángeles; como, inevitable admitirlo, no consiguió Río de Janeiro y no conseguiría, por ejemplo, la Estambul tan afanosa de tener los Juegos ante el Bósforo.

Rechazar a París o Los Ángeles para 2024 y lanzarse a 2028 sin garantía alguna, sonaba absurdo en Lausana, de ahí que hoy sepamos que por primera vez tres localidades que ya fueron sede, volverán a serlo de forma consecutiva: Tokio, París, Los Ángeles, y si el COI hoy pudiera firmarlo, de una vez Roma, Montreal, Londres, Beijing, Berlín, para 2032, para 2036, para 2040.

No más experimentos, no más deseos de compartir el fuego olímpico con todas las culturas y regiones, no más fantasear con que Johannesburgo o Durbán en Sudáfrica, con que El Cairo en Egipto, con que Bakú en Azerbaiyán, con que Bangkok en Tailandia, con que algún nuevo valiente latinoamericano (han sonado Guadalajara, San Juan, Bogotá, Buenos Aires), con que alguna economía pequeña (Atenas y su dolor como recuerdo) u otra emergente (de nuevo, Río en el retrovisor).

Resignación: el olimpismo es para los países más consolidados y mal harán quienes no lo sean en osar recibirlo.

Protestas sociales, regímenes tambaleantes, enésimos colapsos económicos, democracias que dejan de serlo, paranoias y odios al distinto, violaciones de Derechos Humanos, conforman ejes adversos a recibir unos Juegos.

Por todo ello, sí, mal haremos si nos negamos a entender las razones que ha tenido el COI para romper las reglas. Se sabe que Berlín, Toronto, Melbourne, Milán, todas ellas localidades idóneas, pretendían los Juegos de 2028. Se sabe como se supo que Roma, Boston y Hamburgo, persiguieron los de 2024 y luego debieron abandonar la contienda.

El COI ha ganado tiempo, ha prolongado el minutero en esa bomba de relojería, ha pospuesto al menos hasta 2025 el debate de la sede de los Juegos de verano.

Sobre todo, ha confirmado al mundo que ya sabe lo que todos los demás saben y que por tantos años fingió no saber: que son pocos, cada vez menos, quienes hoy desean ser iluminados por 16 días por el fuego de Olimpia.

Twitter/albertolati