Eduardo Brizio
13, octubre 2023 - 4:00
Corría el año de 1974, bien presente tengo yo, cuando Toño De la Torre Villalpando, medio de contención de los Pumas de la UNAM, material de selección, fue trasferido al América.
Resulta que cada que se enfrentaban De la Torre “secaba” por completo al maestro Carlos Reinoso haciéndole una fiera marcación; de modo que, al grito de “si no puedes con el enemigo; únetele”, se hicieron de los servicios del recio mediocampista.
Desembolsaron un millón de pesos, lo que en aquellos lejanos días equivalía a cien mil dólares, “como quien le quita un pelo a un gato”.
Para esto, Carlito Peters, exjugador de Pumas de origen brasileño que se desempeñaba (años atrás) como defensa central, se había convertido en el director técnico del equipo representativo de nuestra máxima casa de estudio.
Además, resulta que mi señor padre don Arturo Brizio Ponce de León se desempeñaba como gerente de la escuadra azul y oro.
Para no hacer el cuento largo, mi papá abordó un avión con destino a Brasil, acompañado de una lista que le había proporcionado Carlito Peters, de cinco futbolistas que podían ser traídos a México como refuerzos.
A los pocos días mi jefe le informó a la superioridad que ya había apalabrado a dos jugadores: un mediocampista creativo procedente del Atlético Mineiro (en 40 mil dólares) y un centro delantero del Portuguesa Desportos (en 60 mil billetes verdes).
Así, el Licenciado Arturo Chávez, presidente del Club, envió al ingeniero Álvarez (vicepresidente) llevando un maletín que contenía los 100 mil dólares de la venta de Toño De la Torre para realizar la traslación.
Unos cuantos días después estaríamos presentes en el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México para recibir a mi amado progenitor y al ingeniero Álvarez, quienes venían acompañados por Cabinho y Spencer.
Mentiría si afirmara que mi papa los escogió, echando a volar la sinceridad, fue para lo que alcanzó y con las directivas que se pudo negociar.
Todavía tengo frescas en la memoria las primeras palabras pronunciadas por Spencer Coehlo a su llegada a México: “venimos a hacer campeones a los Pumas”.
Aunque ya habían obtenido el título de Copa, sus proféticas declaraciones se cumplirían un 3 de julio de 1977, en el Estadio Azteca (no se pudo jugar en CU por una huelga de trabajadores) cuando al minuto 76, a pase de Spencer, Cabinho batiría la cabaña de la UdeG para que, por la mínima diferencia, mis queridísimos Pumas se coronaran, por primera vez, campeones de liga … ¡Cómo no te voy a querer!
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