Jake Paul contra Gervonta Davis, y Floyd Mayweather versus Mike Tyson sonaría descabellado, en condiciones normales; sin embargo, bajo la advertencia de que se trata de meras exhibiciones con etiqueta de “combates”, habrá que divertirnos con lo que ofrezcan en el ring.

Estas mascaradas han sido un éxito desde que el boxeo alcanzó el cenit de popularidad, a finales del siglo antepasado. En el terreno del mito queda, por ejemplo, el episodio cuando la esperanza blanca Jess Willard destronó al primer rey pesado negro de la historia, Jack Johnson, en 1915 en La Habana. Se afirma que Johnson “se dejó ganar” por nocaut en el asalto 26, como parte de un acuerdo para detener la persecución en su contra por parte del gobierno estadounidense, en medio de un racismo acendrado. El cuento se apoya en que Johnson, de espalda a la lona, se cubre la vista del quemante sol con sus dos guantes, al oír la cuenta.

O aquella ocasión en que la máxima figura del pugilismo de todos los tiempos, Muhammad Alí, iba a medirse con el luchador nipón Antonio Iñoki, en Tokio. Incluso, los más modernistas fruncieron el ceño. Pero, aunque la farsa estuvo carente de emoción, resultó un acierto económico al ser vista en infinidad de países, y porque Alí es y será siempre Alí.

Cuando Floyd Mayweather estaba por enfrentarse -bajo las reglas del pugilato profesional- a Conor McGregor, el ídolo de la UFC, éste sin ninguna experiencia como boxeador, escribí el artículo “El morbo vende”. El resultado era tan previsible que le adelanté a Jorge Guzmán, Subdirector de ESTO, que haría una crónica anticipada, con Mayweather vencedor antes del límite, y más tarde solamente añadí el número del round.

Érik “Terrible” Morales ironizó ese tipo de espectáculos en su canal de YouTube, Ring Mundial, al proponer a su hermano Diego, otro ex monarca mundial… “Vamos tú y yo, contra Santo y Blue Demon”. Érik asentó que “el mundo del boxeo es más pequeño que el universo del entretenimiento”, un tema aparte, al que pertenecen los shows arriba mencionados.