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Desde tierras mundialistas. Alberto Lati
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26, julio 2016 - 13:35

Alberto Lati

AQUÍ no es que lo barato salga caro. Es, sobre todo, que lo demorado sale carísimo.

Brasil, que recortaba orgulloso gastos a sus Olímpicos, que prohibía cierta cantidad de hojas impresas en las oficinas, que decidió no poner televisores en las habitaciones de la Villa Olímpica y amagó con cobrar a los atletas por el aire acondicionado, que retiró de sus palcos VIP las bebidas caras, hoy tiene que sacar la chequera para remediar siete años de mala planeación y desastres organizativos.

Unos 500 trabajadores han sido contratados de emergencia para sacar de apuros a la Villa Olímpica. En turnos dobles y triples, con 24 horas de desempeño sin parar, como sea, pero el límite para resolver tantos pendientes tiene que ser este miércoles, cuando resten nueve días para la inauguración. Un límite ya estirado al extremo más absurdo, porque todo tenía que estar impecable al menos tres semanas atrás.

Estuve en la Villa Olímpica a fines de junio. Como dije en este espacio, al menos en sus exteriores, en sus espacios, en su diseño, me pareció la mejor de las últimas ediciones olímpicas. Eso, por supuesto, sin saber lo que acontece en cada habitación.

Cables sueltos, olores a gas, caos de plomería, luz que no sirve, inundaciones en los cuartos destinados a los atletas australianos. El colmo ha sido que ante tan delicado tema el alcalde de Río, Eduardo Paes (ese mismo que lamentó la semana pasada “la oportunidad desperdiciada”), haya recurrido a un chascarrillo basado en el animal estereotipo de Australia: que si se les ofrecía un canguro. La respuesta, llena de indignación, fue más que justificada: que preferían un plomero.

Me lo pregunté dos años atrás cuando llegamos al Mundial 2014 en situación precaria. Me lo pregunto ahora de nuevo. Si un plan luce retrasado a dos años, ¿por qué esperar al instante final para atacarlo con toda la energía? Primero, se gasta muchísimo más; segundo, se pisotea la imagen que se pretende proyectar del país sede.

Llegados a este punto, Río firmará los cheques que tenga que firmar para medio salir de apuros. Los firmará sabedor de que el estado de cuenta llega a fines de agosto. Entonces ya verá cómo pagar, lamentando que la ciudad se haya convertido en sinónimo de informalidad y promesas incumplidas.

Twitter/albertolati