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PARÍS 2024

Desde tierras mundialistas. Alberto Lati

Itzel Ubiarco

25, noviembre 2014 - 9:17

25 noviembre 2014. Alberto Lati

LAS mascotas elegidas para Río de Janeiro 2016 resultan fácilmente confundibles con las que se han lanzado en eventos recientes (no sólo con el Fuleco de Brasil 2014 sino también con el Zakumi de Sudáfrica 2010 o incluso con los pokemones de Corea-Japón 2002).
Esa reticencia a decidirse por un solo animal parece absurda. Río 2016 decidió sacar un felino que represente a su fauna y un árbol que represente a su flora (mucho más vistoso el segundo que el primero). ¿Qué son? Todo eso se inventará mediante una narrativa que retoma el éxito de Londres 2012 don Wenlock y Mandeville (si estos dos últimos eran las gotas de metal finales para levantar el parque olímpico de la capital británica, las dos mascotas cariocas nacieron el día que se eligió a Río como sede olímpico, como fruto de la emoción de los brasileños).
Con todo lo que tiene que ofrecer Río de Janeiro, con su vasta cultura y floresta, cuesta entender la decisión y se confirma una inevitable tendencia: que todas las mascotas sean demasiado parecidas, tengan poca personalidad y fracasen en generar una genuina diferenciación (como sí la tuvo, indiscutiblemente, el Pique de México 86).
Ahora sus nombres se someterán a votación con tres posibilidades: darles los nombres del dueto creativo más relevante del bossanova (Tom por el compositor Tom Jobim; Vinicius por el letrista Vinicius de Moraes), apelar a exclamaciones brasileñas (Oba y Eba) o remitirse a vocablos guaraníes (Esquindim y Tiba Tuque). De todas las opciones, creo que parten con mayores esperanzas las dos primeras.
Sin embargo, más allá de los nombres que sean elegidos, Río de Janeiro 2016 se ha atorado en el mismo sitio que la mayoría de las sedes recientes: la repetición, la escasa originalidad.
Si Sudáfrica 2010 sacó tan escaso partido de ser el primer organizador africano, si Beijing 2008 se volvió loco al lanzar a cinco mascotas (propiciando que no recordemos a ninguna), si Fuleco y Zakumi se parecían demasiado, los dos monigotes de Río 2016 quedarán en lo mismo: muy cortos en alcance y con limitado impacto.
Una faceta tan importante para incrementar ingresos y posicionar a una ciudad suele terminar en lo mismo. Ese felino amarillo generará a la mayoría la sensación de que ya lo conocíamos de otro evento.
Twitter/albertolati