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PARÍS 2024

El Pollo de Tlalpán. Daniel Reyes

Itzel Ubiarco

21, octubre 2014 - 8:54

21 octubre 2014. Daniel Reyes

¿POR QUÉ LE PEGÓ?
HACE muchos años tenía un amigo con un nombre muy peculiar, se llamaba Armando Pancho, a simple vista parecía un tipo normal pero tenía una oculta característica: era, como se dice en el mediano y bajo mundo, de mecha corta.
Alguna vez que nos reunimos con la banda de cuates, nos contó de una feroz batalla que sostuvo con alguien al que describió como un ninja, el pleito aquel había durado ocho horas; con lujo de detalle iba explicando los golpes que había utilizado, y como si se tratara de una reseña, puntualmente detallaba las llaves y contrallaves que le aplicó a su rival; como no queriendo, frente a nosotros había dejado un catálogo que iba desde un jab hasta el más mexicano de los guamazos: el gancho al hígado; así mismo explicó, y casi hablando de bulto utilizó a un parnita para enseñarnos la llave china, la lanza, el tope invertido y la huracarrana, que a decir de Armando, era su castigo favorito.
Ese tiro kilométrico contra el ninja tuvo como vencedor a mi cuaderno.
En otra ocasión nos relató con mucha emoción un encuentro callejero contra alguien, que él aseguraba que era un peleador de la UFC; Armando Pancho dijo que iba manejando tranquilamente por esas calles de Dios cuando de repente el artemarcialista le cerró imprudentemente el paso, cosa que provocó que Pancho montara en cólera y descendiera de su vehículo para hacer el reto correspondiente y vengar la afrenta a piñas; una vez que estuvieron frente a frente, cuenta mi amigo el gladiador que puso a disposición de su rival un bufet de patines: la coz, del taconazo y el famoso puntapié a la barriga; igualmente le ofreció a su desdichado contrincante un popurrí de cates que incluían la trompada, el mandoble y el descontón a la malagueña; luego de semejante demostración, nos aseguró Armando Pancho, volvió a alzarse con el triunfo.
Y así era cada vez que nos encontrábamos con él, la mayoría de sus vivencias algo tenían que ver con los golpes; hasta que un mal día, no me pregunte usted cómo ni por qué, nos enteramos de la verdadera y triste historia de las peleas del Armando Pancho, llegó una tía lejana del rijoso y en una plática con una vecina muy comunicativa se soltó como hilo de media, relatando detalladamente las broncas del sobrino; el inquieto peleonero nunca se arriesgaba en sus “hazañas”, pues siempre escogía perfectamente a su rival, como característica principal debían de ser mujeres o niños y de preferencia que no rebasaran los 35 kilos de peso; luego contó que aquella riña que sostuvo contra el “ninja” fue en realidad contra una niña de sexto de primaria y que por cierto la niña ganó por abandono del gandul, que a la primera cachetada guajolotera que sintió salió corriendo como si hubiera visto al diablo; y de la épica batalla contra un peleador de la UFC, dijo que se trató de un pleito en el mercado con un viejito que vendía piñatas y que igualmente Armando Pancho perdió en esa ocasión por no responder a los cocos que le dio el venerable anciano que estaba harto de las necedades del chavo.
Una cosa más o menos así se me hace la carrera en el mundo del pugilato de mi querido Tomás Boy Espinoza; pues en la larga lista de riñas que ha sostenido nunca se le ha conocido un rival de cierta peligrosidad, ya no hablemos de jerarquías; para muestra está este último rival, un ruquito que aunque majadero no representa peligro alguno para nadie a la hora de los guantazos.
Yo creo que el “ciruelo” debe ser más tolerante, porque un día le puede salir un gallo que sí le saque un susto.

Cierro con una obra titulada “Abusivo”
No está bien que los insulte,
y lo digo sin amaño,
pero que Tomás se busque
a uno de su tamaño.

Y si no, quéjense a la FIFA
Twitter: @pollodetlalpan