
Geoffrey Recoder
5, septiembre 2025 - 6:00
Greg Louganis, leyenda de los clavados y considerado uno de los más grandes exponentes de este deporte en la historia, volvió a los titulares esta semana no por un triunfo, sino por una decisión cargada de simbolismo: vender tres de sus medallas olímpicas. A sus 65 años, el hombre que brilló en Montreal 1976 con una plata a los 16, que hizo historia en Los Ángeles 1984 con doble oro en trampolín y plataforma, y que desafió a la adversidad en Seúl 1988 ganando dos oros más tras golpearse la cabeza en plena competencia, enfrenta otra batalla: la de la vida después del deporte de élite.
La noticia estremece porque revela una realidad poco contada: el tránsito de un atleta hacia una vida “normal”. Muchos no atraviesan un proceso de desentrenamiento físico y mental; pasan de la intensidad, disciplina y reconocimiento mundial al anonimato, la incertidumbre económica y la falta de propósito. El vacío no solo es deportivo, también emocional, psicológico y social.
Louganis no es un caso aislado. La rumana Nadia Comăneci, ícono de la gimnasia, habló de lo difícil que fue pasar de niña prodigio a ciudadana común bajo un régimen que controlaba su vida. El jamaicano Usain Bolt, pese a su estatus de leyenda, sufrió pérdidas millonarias por fraudes financieros tras su retiro. El británico Bradley Wiggins, campeón olímpico y del Tour de Francia, reconoció episodios de depresión severa. La etíope Derartu Tulu, primera campeona olímpica africana, ha denunciado la falta de apoyos estructurales tras colgar los tenis.
El oro, la gloria y los himnos nacionales son símbolos que llenan de orgullo a un país, pero la vida de quienes los conquistan también merece reconocimiento y cuidado. Sin acompañamiento psicológico, económico y social, muchos campeones quedan a la deriva.
Louganis, con cinco medallas en su palmarés (cuatro de oro y una de plata), es el ejemplo más reciente de un héroe que, tras encender el orgullo de millones, hoy busca reconstruirse
lejos de los reflectores.
La sociedad que aplaude en los podios tiene una responsabilidad: ofrecer a sus atletas un camino de reinserción digno, donde el fin de la carrera sea el inicio de una vida plena y acompañada. Porque detrás de cada medalla hay un ser humano que, más allá del oro, merece seguir brillando.
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