14, noviembre 2023 - 6:00
México tuvo que salir escondido del estadio FOTOS_Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca Mario Vázquez Raña
Justo hace 30 años, Tegucigalpa se convirtió en tierra prohibida. El 2 de mayo de 1993, en un ambiente casi casi de guerra, la muchedumbre catracha estalló contra su propia selección. Después de que Honduras cayó 1-4 contra México se manifestó la violencia a su máxima expresión. Hubo de todo: destrucción del portón de acceso a los vestidores, malla ciclónica desbaratada, invasión de cancha, vandalismo en los alrededores, quema de vehículos, entre un largo etcétera. La resaca que dejó aquel día trasladó, en lo sucesivo, la localía hondureña a San Pedro Sula.
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Sin embargo, a raíz de las malas condiciones de la cancha del Olímpico Metropolitano, las puertas del otrora inmueble Nacional Tiburcio Carías Andino, hoy conocido como estadio Nacional Chelato Uclés, se reabrirán el próximo viernes para albergar el encuentro de ida de la Nations League (torneo que da acceso a la Copa América) contra el representativo Tricolor.
La memoria se remonta a tres décadas de distancia. Las repletas tribunas, con poco más de 34 mil fanáticos, aguardaban, más allá del triunfo de Honduras, que sus ídolos dejaran fuera al equipo mexicano. Era la recta final de la eliminatoria de la Concacaf y el boleto al Mundial de Estados Unidos 1994 estaba en juego. Canadá era el otro aspirante a conseguirlo.
“Ya pasó mucho tiempo de eso, pero fue una eliminatoria muy brava”, rememora Claudio Suárez, defensa central de uno de los mejores representativos nacionales que se recuerden, el dirigido por Miguel Mejía Barón. “Estados Unidos estaba clasificado, porque era el país anfitrión, así que sólo había un pase disponible”, agrega el llamado Emperador del área.
“Ese partido lo calentó la prensa de Honduras”, argumenta el férreo zaguero. “Hicieron una campaña de que ‘los mexicanos no saldrán vivos, no nos ganarán’, decían. Y la gente empezó a tomarlo de otra manera. Era un partido de futbol y no tienes que ir más allá de lo que pasó. Estuvieron en riesgo nuestras vidas”, relata, sin exagerar un ápice.
“Cuando llegamos (a Tegucigalpa), los insultos. Era lo normal, pero después de eso nos fueron a molestar para no dejarnos dormir. Incluso había temor de si nos ponían algo en la comida”, reseña Suárez. Para evitar la serenata, “cambiamos de hotel”, recuerda el ex futbolista. “Se reservó a nombre de no sé quién, y nos fueron sacando de dos en dos. Javier Aguirre (quien fungía como auxiliar) nos fue sacando medio escondidos, y luego los alimentos nos los dejaban en la puerta. Veíamos de lejos todo el escándalo, lo que había alrededor del hotel”.
Lo sucedido, en San Salvador, al principio de la eliminatoria, había dejado una dura experiencia en el grupo, que el estratega Mejía Barón supo sacarle provecho. “Habíamos tenido una situación en El Salvador, con una serie de incomodidades que nos sirvieron como grupo. En Tegucigalpa, la gente estaba muy agresiva. Se metieron muy fuerte, no nos llevaron a entrenar, nos pusieron aspersores”, narra, por su parte, Miguel España.
Aquella inolvidable escuadra nacional era integrada por una generación dorada, con Jorge Campos en la portería, Miguel España, Claudio Suárez, Juan de Dios Ramírez Perales y Ramón Ramírez, en retaguardia; Ignacio Ambriz en la recuperación, David Patiño y Alberto García Aspe, en la media, además de Luis Flores, Hugo Sánchez y Luis García.
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“Era un equipo de extracción puma”, presume Claudio. Habíamos trabajado con Mejía Barón”, quien había dirigido al Club Universidad, al que había hecho campeón en la temporada 1990-91.
“A la hora del partido llovían patadas por todos lados… escupitajos, puñetazos. Tenías que tener cuidado con el arbitraje, de no caer en provocaciones”, cuenta Suárez. La Concacaf había traído al árbitro brasileño Marcio Rezende, procedente de la Conmebol, para que no se dejara influenciar por la localía, pero el amazónico fue de lo más complaciente.
“Hubo faltas muy fuertes”, lamenta Claudio. “La primera, sobre Luis Flores, a quien casi fracturan. La entrada merecía tarjeta roja. Por fortuna Beto patea a portería y mete el primer gol. Abrimos el ostión y ellos se desesperaron”, celebra.
Miguel España, quien ese día haría las veces del Piojo Miguel Herrera, como lateral derecho, comparte que poco después del gol mexicano, “el árbitro brasileño expulsó a Miguel (Mejia Barón)” por reclamar otra falta. “Lo echaron en los primeros 15 minutos de una manera exagerada, pero el equipo aún así salió adelante”, relata.
En la recta final del primer lapso, “luego una entrada criminal sobre Hugo, Luis Flores cobra y cae el 2-0”, aplaude Claudio. “Más tarde, Luis García mete el tercero (en el arranque del complemento) y al final se volvió en goleada de 4-1”, tras el autogol de Richardson Smith, ex de Correcaminos.
“Fue una experiencia de cómo te tienes que comportar. Querían amedrentarnos, meter la pierna más allá de lo que se podía, pero el equipo aguantó y dio una clase de cómo se deben manejar los partidos, con una fortaleza a prueba de balas”, asegura España.
LA GENTE INVADIÓ EL CAMPO TRAS LA GOLEADA DE MÉXICO SOBRE HONDURAS
“Al término del juego la gente, molesta, invadió la cancha y tuvimos temor, porque no había control y prácticamente estaban molestos con su selección, pero nosotros no sabíamos si nos iban a agredir”, reconoce el Emperador. “Corrimos al vestidor y ahí empezamos a sentir el gas lacrimógeno. La policía nos decía que saliéramos a la cancha, pero ahí tampoco se podía. Finalmente lograron controlar la situación, pero nos tuvieron unas tres o cuatro horas (recluidos) en uno de los palcos”, explica aliviado.
Al final “salimos como de película”, abunda Claudio. “Algunos ni nos bañamos. Aquella vez hubo carros quemados, mucho vandalismo, y se decía que hubo gente que falleció. Fue de las peores experiencias. Sentimos que no había control, pero por fortuna ganamos y salimos bien, directamente al aeropuerto. Cuando íbamos en el avión, recordamos lo sucedido, con risa nerviosa”, remata.
Sin embargo, España confía que esa experiencia se quede en el pasado. Ahora que México retorne a Tegucigalpa, después de tres largas décadas, no habrá nada parecido a lo hallado por aquella generación. “Hoy encuentras hoteles con estacionamiento, las habitaciones más hacia adentro y, además, la selección de Honduras no está en su mejor momento. Antes tenían un equipo fuerte, rudo, pero hoy no está en su nivel. Me da gusto que hayan cambiado”, remata.
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