23, agosto 2021 - 16:01
Niza
José Ángel Rueda
Foto: Valery HACHE / AFP
La escena parece sacada de una película de Hooligans. Dimitri Payet, jugador del Marsella, cae a pocos centímetros de la línea de fondo, cerca de los ultras del Niza. La grada del Allianz Riviera está repleta. Entonces comienza la lluvia de botellas, y Payet, que hasta hace unos segundos yacía inerte sobre el césped, se levanta de un tirón y encara a la multitud. La rabia del francés no queda ahí, y responde a las agresiones devolviendo los embaces que le llegan disfrazados de proyectiles y todo se vuelve una locura. En apenas instantes, los oficiales forman una barrera para evitar que el graderío se desborde, pero su intervención llega tarde, o es insuficiente, y algunos aficionados consiguen romper el cerco. La línea que divide al campo de la tribuna, aquella que hace unos años prescindió de rejas apelando al buen comportamiento de la gente, se ve violentada de pronto y con ella llegan los golpes, los empujones, y un capítulo más de una historia de peleas entre jugadores y aficionados.
Acaso hay una imagen que la memoria tiene reservada cuando se evocan este tipo de situaciones. En enero de 1995, el francés Eric Cantona, figura indiscutible del Manchester United, se dirigía al túnel de vestuario luego de haber sido expulsado ante el Crystal Palace, cuando de pronto, escuchó una voz desde la grada. “Vuélvete a Francia con tu put… madre, bastardo”, fueron las palabras de Matthew Simmonds, hincha del equipo rival que se hizo celebre por provocar al genio. Cantona, que ya para entonces tenía pinta de chico malo, retrocedió unos pasos y ante el asombro de un estadio repleto soltó una patada voladora que no alcanzó a conectar del todo con el cuerpo de Simmonds, fue fue suficiente para incentivar el intercambio de golpes. El francés número 7 de los Diablos Rojos fue retirado por los elementos de seguridad y fue suspendido por nueve meses. Años después, en la película The United Way, confesó que de lo único que se arrepentía de lo ocurrido aquella tarde era el no haberle pegado más fuerte.
En México también hay episodios en los que pasión se ha desbordado y los límites entre el terreno de juego y la grada han quedado reducidos. Acaso uno de los más recordados involucra a Cruz Azul y a Morelia, al calor de unas semifinales. Las cosas no iban para la Máquina en el estadio Morelos. Los michoacanos habían revertido la derrota de la ida y estaban a minutos de eliminar a los azules, cuando de pronto, un aficionado ingresó a la cancha a provocar al Chaco Giménez, quien no dudó en recibirlo a puñetazo limpio. La gresca no paró ahí, y derivó en otras peleas, como la que protagonizó Corona con el preparador físico de Morelia.
Años antes, en el 2004, en el estadio Azteca convertido en caldera al calor de la Copa Libertadores, la barra americanista saltó las bardas para agredir a los jugadores brasileños, quienes segundos antes se habían visto involucrados en un altercado con Cuauhtémoc Blanco y Reinaldo Navia, dos de los ídolos azulcremas. Los aficionados del equipo mexicano buscaron defender a los suyos, sin embargo, el acto desató una batalla campal que tuvo consecuencias.
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El Azteca recibió un veto de tres partidos y Blanco fue suspendido por un año.
Existen otros registros de aficionados que han atentado contra la integridad de los futbolistas, sin que éstos hayan respondido. En el 2005, Adolfo Bautista fue expulsado en un partido contra Boca Juniors tras una discusión con Martín Palermo. En su marcha a los vestuarios, el Bofo tuvo que hacerle frente a un escupitajo por parte del técnico rival, posteriormente, un aficionado saltó lo alto del alambrado y agredió al mexicano, que no respondió. Tiempo después Bautista reconoció que aquella noche en Buenos Aires temió por su vida.
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