26, mayo 2020 - 8:06
CU
La final de vuelta de la temporada 1984-85 entre Pumas y América se disputó en el estadio Olímpico Universitario. El partido se volvió tan trascendental que ningún aficionado quería quedarse fuera y eso desencadenó en una tragedia, la más grande del futbol mexicano.
Apenas unos minutos antes de que el juego diera inicio, miles de aficionados con boleto en mano intentaban ingresar a un inmueble que ya estaba rebasado.
En el túnel 29 la desesperación llegó a altos niveles, los fanáticos comenzaron a encimarse unos en otros y golpearse. El saldo final fue de siete fallecidos en el túnel y uno más en el hospital de Xoco, sitio al que fueron trasladados los lesionados.
EL DÍA DE LA FINAL
El día de la final de vuelta entre Pumas y América, Paco García Davish, director general de la agencia Cuadratín, fue elegido para realizar la cobertura del partido para el diario Unomásuno. Como suplente de la fuente policiaca, el joven de 22 años, tenía la encomienda de realizar notas de todos los incidentes que pudieran suceder en el estadio Olímpico Universitario.
“Sabía de la extraordinaria expectación que había en torno del encuentro, la gran afluencia que habría y los antecedentes en cotejos similares; así que muy temprano salí a cumplir con mi orden de trabajo, en un camión que tomé en avenida Cuauhtémoc, el cual iba a reventar. Antes de las diez de la mañana ya estaba en las inmediaciones de CU; el ambiente era inédito para mí, muy aficionado al futbol, pero con poca asistencia a estadios. Ya me imaginaba la gran fiesta que habría adentro, pero mi orden era atender los posibles detenidos por la reventa, el robo de camiones, los pleitos entre porristas, los excesos policiales…”, relató para ESTO.
La estrategia de García Davish fue colocarse cerca del mando operativo para no perder detalles informativos de todo lo que sucedía en el México 68.
“Un militar era el jefe de la policía preventiva del entonces Departamento del Distrito Federal: el general Ramón Mota Sánchez, quien imprimía mucha rigidez a sus subordinados y era muy afecto a dejar que se sintiera la fuerza inhibitoria de sus uniformados, así que decidí ubicar en dónde estaba instalado el mando del operativo para concentrarme en ese punto, pues sería imposible recorrer todo el perímetro entre la multitud que crecía y crecía. Unos minutos después lo encontré: eran seis o siete patrullas, dos o tres ambulancias montadas en forma de cuadrado, con una veintena de policías. Sabía que en ese lugar se concentraría toda la información de lo que ocurriera esa mañana en CU”, dijo.
INCERTIDUMBRE
La mañana en el sur de la Ciudad de México no fue para nada tranquila, pero hubo un momento en el que el ambiente pasó de ser festivo a ser de total incertidumbre.
“De pronto todo fue como si estuviera pasando un torbellino: los radios de la policía no dejaban de recibir y enviar mensajes; la gente gritaba, trataba de correr; los socorristas y los miembros de la seguridad privada aparecían y desaparecían en segundos. Yo veía ‘mucho ruido, pero pocas nueces’, no entendía lo que ocurría. Amables conmigo al principio, los policías apostados en el módulo de control general terminaron por echarme de ahí, aunque ya sabían que era reportero y me encontraba trabajando”, recordó García Davish.
“No sabía, sin embargo, que me encontraba a escasos 300, 400 metros del túnel 29, en cuyo interior ya se había producido la tragedia: miles de personas habían sido encerradas en ese larguísimo pero angosto tubo de concreto ante la imposibilidad de ingresar al graderío. En la desesperación, unos se trepaban sobre otros, y se pateaban, y se golpeaban, y se aplastaban: más tarde sabríamos que el saldo oficial fue de ocho muertos y centenares, quizá 70, quizá 100… quién sabe, de lesionados, entre ellos tres menores de edad, cuyos cuerpecitos fueron triturados por la turba”, añadió.
García Davish no logró acercarse al túnel, ni siquiera asomarse a él, pero su instinto le dijo que los datos duros no serían hallados en el lugar de la tragedia.
“Registré la mayor cantidad posible de datos; recogí, en lo posible, testimonios de algunos rescatistas y aficionados, y empecé a caminar en torno del estadio olímpico. No sé cómo, pero a pesar de las miles y miles de personas que estaban adentro y afuera, de pronto ya estaba en las tribunas, sin boleto de por medio. Nunca se supo con certeza si ese domingo 26 de mayo de 1985 hubo ocho o diez muertos, la cifra oficial es la primera, si al inmueble ingresaron 90 mil o más de cien mil aficionados, el cupo era de 63 mil, o si encontraron presuntos responsables de la tragedia”, sentenció.
NADA HA CAMBIADO
Los tornados humanos todavía se mueven por todos lados en el estadio Olímpico Universitario, han pasado 35 años desde el fallecimiento por asfixia de ocho personas en Ciudad Universitaria y son pocas cosas las que se han modificado alrededor del inmueble. Lo negativo se mantiene: la reventa en la cara de los policías y personas agresivas contra otros aficionados por el simple hecho de traer una playera de un color distinto, es como si la tragedia del túnel 29 nunca hubiera pasado, aseguró Paco García Davish.
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“Lo único cierto (de aquella mañana) es que todas las autoridades, sin excepción, fueron rebasadas por las circunstancias. Fallaron las autoridades capitalinas, policiales, delegacionales, universitarias. Todas fallaron. Con el tiempo se modificó la estructura del inmueble olímpico, y nada más”, expuso.
“He vuelto al estadio de Ciudad Universitaria y me parecen ver siempre las mismas imágenes de hace 35 años: gente malencarada agandallando los estacionamientos públicos y áreas que habilitan para la misma función, individuos revendiendo boletos en la cara del personal de seguridad, gente agresiva entremezclada con la verdadera afición. Parece que nunca existió la tragedia del túnel 29…”, agregó.