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22, julio 2019 - 9:17

┃ Alejandro Alfaro

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Han pasado ya 60 años desde que el Club América y la familia Azcárraga unieran sus caminos. Seis décadas de una exitosa relación que ha fraguado la historia del equipo más grande del futbol mexicano. Sin embargo, lejos de lo que se piensa comúnmente, la llegada de los Azcárraga al timón de los Cremas estuvo llena de dificultades e infortunios que en más de una ocasión pudieron cambiar el destino del América.

Los sueños frustrados

Para contar esta historia habrá que ir mucho antes de 1959, año en que Emilio Azcárraga Milmo estampó su firma para adquirir al Club. Nos trasladaremos unas décadas atrás, a principios de la década de 1940, momento en el que su padre, el magnate tampiqueño Emilio Azcárraga Vidaurreta emerge como un próspero empresario de la radiodifusión. Es ahí, cuando Don Emilio tiene uno de sus primeros contactos con el futbol.

Hombre apasionado por la cinematografía desde sus inicios, Azcárraga Vidaurreta veía en el mundo de los espectáculos una mina de oro. En ese espectro estaban también los deportes, con los cuáles Emilio había convivido durante su formación académica en los Estados Unidos. Consciente del enorme potencial monetario que estos podían representar, pronto se empecinó con la idea de entrar en ese mundo.

Curiosamente su primera idea estuvo lejos de la adquisición de un equipo deportivo. En 1943 Azcárraga Vidaurreta solicitó una reunión con los altos mandos de la Liga Mayor de Futbol. Su intención era mostrarles a los jerarcas del futbol nacional un proyecto para la construcción de un estadio con aforo para 70, 000 personas, que incluyera distintas amenidades como la existencia de campos de entrenamiento adjuntos, oficinas de la Liga, salón de sesiones y hasta un hotel.

La necesidad de mejores campos de futbol había sido ya un tema de debate entre los directivos del futbol mexicano. A inicios de la década anterior había provocado fricciones fuertes entre los clubes que inclusive llevaron a detener el desarrollo del campeonato. El problema se había postergado mientras los viejos campos de madera como el Parque Asturias o el Parque Necaxa resultaban insuficientes. Azcárraga Vidaurreta propuso a los directivos un inmueble de vanguardia ubicado en la calzada de Insurgentes, distinto a otros que con anterioridad habían sido proyectados. Su extensión era de 40, 000 metros, ubicado frente al fraccionamiento de la Loma.

A diferencia de otros proyectos como el promovido por el Ingeniero Juan de Dios Bojórquez, Presidente del Club América, lo anunciado por Azcárraga tenía una cualidad inusitada para la época; el financiamiento del gran estadio estaba resuelto, pues varios empresarios como Anacarsis Peralta aportarían dinero a su construcción. Sin embargo, la audacia de Don Emilio se topó con la ineficacia de los mandamases del futbol que juzgaron arriesgado un proyecto de tal envergadura.

El desanimo tras esa reunión, llevó a la familia Azcárraga a alejarse por unos años de los negocios futboleros mientras el crecimiento de sus negocios en medios de comunicación crecía aceleradamente. Fue a inicios de 1952 que, alentado por su hijo, Don Emilio volvió a incursionar en los negocios deportivos, solo que esta vez lo hizo en el rey de los deportes, el beisbol.

La familia Azcárraga, junto con otros empresarios como Bernardo Pasquel, Ernesto Carmona y la Familia Peralta, sondearon la posibilidad de adquirir equipos en la Liga Mexicana de Beisbol. También se planeó una gran remodelación de algunos recintos deportivos como el Parque Delta e inclusive se consideró la construcción de nuevos estadios con mejores condiciones. Los conflictos entre directivos minaron el proyecto, pese a ello algunos empresarios como Alejo Peralta incursionaron en la compra de equipos, suceso que inspiraría años después a Emilio Azcárraga Milmo.

Una nueva era

Los años cincuenta significaron la verdadera profesionalización del deporte en México. Atrás fueron quedando los equipos formados por jóvenes apasionados que con el paso del tiempo se vieron imposibilitados para mantener sus sueños, dando paso a prominentes hombres de negocios que veían en el deporte una fuente de riqueza inigualable.

Tal fue el caso del Club América, equipo de la Liga mayor fundado por jóvenes estudiantes maristas en 1916, que había tenido gloriosas épocas en sus inicios, pero que habiendo pasado los años vivía una severa crisis económica. A finales de los años 40´s los Cremas estaban en banca rota. Todavía encabezados por Rafael Garza Gutiérrez, sus directivos habían hecho hasta lo imposible por mantener el equipo. En numerosas ocasiones habían apelado a antiguos benefactores del club, como el Ingeniero César Martino, pero con el paso de los años, éste y otros empresarios se mostraban más renuentes a colaborar.

El año 1956 marca un punto de inflexión en la historia del América, al ser adquirido por el empresario refresquero Isaac Bessudo. El nuevo patrón crema solventó los problemas financieros del equipo y, por primera vez en la historia, dio al club una proyección mediática que le permitió generar recursos económicos. Bessudo había demostrado con anterioridad sus dotes como empresario en el deporte al donar “El Jarrito Mexicano”, un trofeo que recibía el mejor goleador de la Copa del Mundo. Además era un constante patrocinador de eventos futboleros y golfísticos, destacándose los pentagonales internacionales  que atraían a clubes del extranjero.

La estabilidad económica y futbolística conseguida por Isaac Bessudo en el América permitió al equipo lograr un 4º lugar en la temporada 1958-1959, la mejor posición que hasta ese entonces habían alcanzado los Cremas en el profesionalismo. Este logro

no pasó desapercibido para Emilio Azcárraga Milmo, quien buscaba cumplir aquel añejo deseo de su padre por incursionar en el espectáculo deportivo.

Esta vez la negociación se llevaría a cabo lejos de los reflectores, evitando así que factores externos entorpecieran la compra del equipo. Documentos que han salido a la luz con el paso de las décadas nos permiten conocer que las intenciones de Azcárraga Milmo fueron conocidas por Bessudo desde principios de 1959, concretándose en el mes de mayo con una propuesta económica inicial que rondaba los 425 mil pesos por la adquisición total del club, incluyendo cartas de jugadores, instalaciones y contratos.

Las pláticas continuaron durante los 2 meses siguientes en sigilo y poco se supo de ellas, hasta que en el mes de julio ambas partes decidieron llevar a cabo algunos actos protocolarios para anunciar la venta del equipo; los primeros en enterarse de manera formal fueron los jugadores y cuerpo técnico,  el día 22 de julio en una comida en el restaurante “El Gallito”. En ella estuvo presente Emilio Azcárraga Milmo, quién pronunciaría la célebre frase “Yo no sé nada de futbol, pero si sé de negocios y voy a convertir al América en un negocio bien administrado y redituable”.

Fiel a sus palabras, Azcárraga Milmo dejo inmediatamente los reflectores a personajes con mayor vocación futbolera. Un día después, en la entrega oficial del equipo, el magnate de la radiodifusión ya no estuvo presente. En su lugar llegaron el dirigente David Pastrana y el entrenador Fernando Marcos. Comenzaba así una época llena de éxitos para el cuadro azulcrema.

Impacto inmediato

Como si se tratase de un presagio, el 1º partido del América al mando del América fue ante Zacatepec, con una espectacular victoria de 4 goles a 3. Ese partido marcó el futuro de la nueva administración. El equipo lució un juego espectacular frente a los ojos de 2 jugadores cañeros que se convertirían pronto en pilares de los Cremas; José Antonio Roca y “Panchito Hernández”.

Fue precisamente en el ingenio cañero donde Azcárraga encontró al hombre que conduciría los destinos deportivos del América; Guillermo Cañedo de la Bárcena. En 1961, el directivo se incorporó a las filas americanistas generando un impacto inmediato; los Cremas pasaron de ganar el 32.8% de sus partidos en la década anterior a obtener un 41.4% entre 1960 y 1969. Los títulos volvieron a las vitrinas del Club tras ganar la Copa Adolfo López Mateos, 2 Copas México y una anhelada Liga tras 38 años de no obtenerla.

También fue notorio el cambio en la forma de juego del equipo. La contratación hasta entonces inédita de jugadores brasileños como Vavá, Moacyr y Zague tuvo efectos inmediatos en las redes enemigas. En la década de los cincuentas los americanistas habían anotado 1.43 tantos por encuentro, pese al futbol netamente ofensivo de aquella época. La productividad goleadora del equipo subió en la siguiente década hasta alcanzar 1.50 goles por partido.

A pesar de los notables resultados que el equipo obtenía, la familia Azcárraga aún tenía una espina clavada. El viejo sueño de Don Emilio Azcárraga Vidaurreta que había anhelado con construir uno de los mejores estadios del mundo estaba por concretarse vería la luz en 1966. Con miras a la realización del Campeonato Mundial de Futbol organizado por la FIFA en nuestro país, Emilio Azcárraga Milmo puso en marcha la construcción del Estadio Azteca. Un coloso imponente que revolucionaba al futbol mexicano y se convertía en la nueva casa del América. Los Cremas habían resurgido de sus cenizas.