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22, enero 2025 - 19:48

┃ José Ángel Rueda

Josh Allen llegó a los Bills para buscar levantar el primer Super Bowl de Buffalo

En la inmensidad de la web, hay una imagen que circula de vez en cuando y que hace referencia a Josh Allen, el mariscal de campo de los Bills de Buffalo. La imagen no es propiamente una imagen, sino la captura de pantalla de un correo que el quarterback envió a más de mil destinatarios en busca de una oportunidad.

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“Hola, entrenador, mi nombre es Josh Allen y soy mariscal de campo en Reedley JC, a las afueras de California. ¡Mido 6 pies 5 pulgadas, peso 210 libras y siento que encajaría perfectamente en su esquema ofensivo! ¡Por favor eché un vistazo a mis mejores jugadas y comuníquense conmigo cuando le resulte conveniente! Gracias”.

En poco más de 300 caracteres, el quarterback hacía alarde de su carácter. Por alguna extraña razón, los cazadores de talento no se sentían especialmente atraídos por un mariscal de campo quizá demasiado pesado para los estándares de la posición. Allen, sin embargo, se sentía con la capacidad de ser una superestrella y adaptarse a cualquier sistema ofensivo, o al menos a los más de mil entrenadores en jefe, coordinadores y entrenadores de quarterbacks a los que el correo llegó casi como un llamado desesperado.

La historia tiene lugar en su etapa universitaria. Allen, quien había dado números prominentes en el modesto programa de Firebaugh High, ya conocía de primera mano lo que era el rechazo. El quarterback buscaba lugar en alguna universidad del FBS, pero su figura pasó desapercibida. No es que no lo intentara, al contrario. Un documental publicado por ESPN retrata uno de los momentos más duros que vivió el mariscal de campo.

Allen tenía 17 años y estaba en la búsqueda de una oportunidad. Fue entonces que decidió ir a un campamento en la Universidad de Fresno, donde buscaba mostrar sus habilidades junto a decenas de mariscales de campo. Según los testigos de aquellas prácticas, el joven Joshua fue uno de los más destacados, pero no fue elegido para continuar con las pruebas y fue enviado a un campo de menores proporciones. Bill Magnusson, su entrenador en Firebaugh buscó interceder por él, pero la respuesta del reclutador fue contundente. “Ahí es donde pertenece”.

Josh Allen solo buscaba una oportunidad

Allen lanzaba pases con rabia, pero ni todo el coraje acumulado le permitieron conseguir un lugar en alguna universidad de renombre y terminó en Reedley. Tras su primer año, en busca de un mejor futuro, el quarterback decidió lanzar correos como si fueran Aves Marías. El ovoide simbólico cayó en las manos de dos universidades: Eastern Michigan Eagles y Wyoming Cowboys.

Fue en la segunda, en los Cowboys, en la que Allen finalmente logró entrar al aparador del profesionalismo. En tres temporadas, dos de ellas como titular, Allen lanzó 5066 yardas y 44 pases de touchdown. La estadística que ensombrecía sus números eran las 21 intercepciones, 15 de ellas en una sola campaña. A vista de los cazatalentos, el joven de Firebaugh era una apuesta en toda regla, con un brazo poderoso forjado en la herencia ganadera de su tierra, pero una mentalidad propensa al error.

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El mejor final de la historia

Aun así, las contradicciones en su hoja de análisis llamaron la atención de los reclutadores de la NFL, ávidos de una historia que contar. Resulta inclusive poético que fueran los Bills quienes apostaron por el mariscal de campo con la selección número siete del draft del 2018, un equipo estigmatizado por haber perdido cuatro Super Bowls en fila en la década de los noventa.

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Su carrera en la NFL por momentos ha desafiado la lógica, y por otros ha dado validez a los pronósticos. En siete campañas con Buffalo ha lanzado 26434 yardas, 195 touchdowns y 84 intercepciones. La potencia de su brazo supone un arma letal, también el tamaño de su cuerpo, pero en ocasiones batalla para no cometer errores. Nadie duda, sin embargo, que Allen encajaría en cualquier sistema ofensivo y que los Bills finalmente encontraron a un quarterback capaces de llevarlos a donde nadie más lo ha hecho.