22, octubre 2024 - 22:25
Fernando Valenzuela murió a los 63 años de edad foto_ Mexsport
Era la década de los ochentas y los mexicanos no sólo presumían el hecho de tener un goleador letal como Hugo Sánchez, o un boxeador valiente como Julio César Chávez, sino también un pitcher capaz de ponchar a los mejores beisbolistas del mundo, como Fernando Valenzuela.
El fenómeno de cada uno de los tres grandes ídolos deportivos de México fue distinto, pero es cierto que el del “Toro” irrumpió con la fuerza que impone el sobrenombre. Era el año de 1979 cuando firmó con los Dodgers tras ser descubierto por el cazatalentos Mike Brito.
El cubano, hombre de sombrero, bigote y puro, advirtió en el joven pitcher nacido en Navojoa, Sonora, una zurda de oro. No fue tanto el presente de aquel brazo lo que llamó la atención de Brito, sino las posibilidades que éste ofrecía.
En el anonimato que permite la novatez, Valenzuela aprendió entre las sombras el lanzamiento que lo llevaría a la fama, aunque en ese momento no lo sabía. Bajo la tutela de Roberto “Babo” Castillo, Fernando lanzaba con su zurda prodigiosa el denominado screwball, conocido también como el tirabuzón. El pitcher desafiaba la lógica al imprimirle a la bola movimientos impredecibles. Del mexicano sorprendía la naturalidad con la que lo hacía, casi sin forzar el brazo, como un recurso indescifrable que complementaba su amplia baraja de lanzamientos.
¿Cuándo debutó Fernando Valenzuela con los Dodgers?
La calidad de Fernando Valenzuela fue advertida de inmediato por el legendario manager Tommy Lasorda. A pesar de que el mexicano tuvo su debut con los Dodgers en septiembre de 1980 en la labor de relevista, el verdadero fenómeno comenzaría en abril de 1981, cuando fue designado como abridor para el Juego Inaugural contra los Astros de Houston. La presencia del número 34 en el montículo llamó la atención de los espectadores. De la gorra azul que identifica a la novena angelina salían mechones de cabello negro y un cuerpo robusto sacaba pelotas endiabladas justo después de mirar brevemente al cielo, antes de cada lanzamiento. Valenzuela se llevó la victoria de dos carreras a cero y daría paso a una racha de ocho triunfos en fila, con cinco blanqueadas incluidas. Los números pletóricos iban acompañados de su estampa y la inusitada postura al momento del pitcheo, una postal difícil de olvidar para el aficionado.
Con la fuerza que solo pueden irrumpir los jugadores desconocidos, porque todo es nuevo y propenso a la sorpresa, de pronto Fernando Valenzuela comenzó a acaparar las portadas de los periódicos y su nombre retumbaba en las voces de íconos como Jorge ‘Sonny’ Alarcón, Pedro ‘Mago’ Septién, Antonio de Valdés y el ecuatoriano Jaime Jarrín, narrador oficial de Los Dodgers en español. De a poco, las aperturas del mexicano se convirtieron en un evento imperdible para todos sus seguidores y Fernando se convirtió en el “Toro”, gracias a una encuesta realizada por el “Los Ángeles Herald Examiner”, diario que buscó la forma de darle un nombre a un fenómeno inexplicable. Fueron los aficionados quienes le pusieron el “Toro”, como bautizando al nuevo ídolo.
El sentido del humor del “Toro” Valenzuela
A Valenzuela le costaba hablar en público, o con la prensa, su lenguaje estaba en el diamante, en la firmeza que mostraba sobre el montículo. En ese duelo plagado de tensión que hay entre el pitcher y el que batea, a pesar de su poca experiencia. Los expertos consideran que su inteligencia estaba a la altura de la magia de su brazo, un combo cuyo éxito estaba casi asegurado.
El “Toro” solía responder a la fama con sonrisas pícaras, ya sea en una reunión con el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan. O cuando una fanática, con el número 34 en su espalda, saltó al diamante para darle un beso. La “Fernandomania” era eso, la cercanía entre dos culturas que por entonces parecían destinadas a no encontrarse.
Valenzuela lanzó un juego perfecto. Fue elegido como novato del año, ganó el prestigioso premio Cy Young, fue también protagonista en una Serie Mundial y fue campeón en las Grandes Ligas. Dicen, los que saben, que su legado es igual de grande que su ausencia en el Salón de la Fama. Al cual no llegó porque no tuvo el número de victorias que los eruditos de Cooperstown solicitan. El deporte, sin embargo, ha demostrado que hay victorias que son intangibles y que van más allá de la estadística. ¿Cuántas vidas marcó el “Toro” con sus lanzamientos? Quien lo sepa, que lo diga.
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