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26, septiembre 2024 - 6:00

┃ José Ángel Rueda

José Luis Camarillo dejó una huella imborrable en el ESTO / Foto: Ramón Romero

La anécdota surgió en una de las tantas coberturas que José Luis Camarillo realizó en los Estados Unidos. El periodista había sido contactado por una televisora local para hablar de la pelea en turno. Mientras esperaba pacientemente a que lo llamaran, sin embargo, una confusión, o quizá el destino, describió gran parte de lo que había sido su vida hasta ese momento, y lo que sería muchos años después. La voz que sonó de lejos no se refirió a él como Mister Camarillo, como era lo lógico, sino como Mister ESTO.

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El sobrenombre le causó algo de gracia, pero tenía mucho de cierto. El periodista había recorrido el mundo para narrar a través de las páginas del Diario de los Deportistas la historia del boxeo. Resulta imposible imaginar una presentación por separado, no era ni José Luis Camarillo ni el periódico ESTO, era José Luis Camarillo, del ESTO. “Siempre lo he dicho, el ESTO es mi padrino. Sin él no hubiese conocido el mundo. No hubiese conocido tantas personas de tantas nacionalidades, amigos en todos los continentes que he visitado”, dice el periodista.

José Luis Camarillo

Fueron 49 años en los que José Luis Camarillo cronicó las batallas de los grandes ídolos del ring en las páginas del diario, primero en sepia, después a color. Poco importaban los tonos, en realidad, porque el señor Camarillo, como le conocemos respetuosamente en la redacción, trabajaba para hacer de su sección algo parecido a una enciclopedia. En el camino también le tocó cubrir los eventos más importantes, como los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, y entrevistó a grandes personalidades, como el “Toro” Valenzuela.

Su historia en el Diario de los Deportistas comenzó a mediados de la década de los setentas. Era el año de 1975 cuando cruzó por la puerta de la redacción, en la calle Guillermo Prieto, en el corazón de la colonia San Rafael. Eran tiempos ardientes, sobre todo para el boxeo, en una nutrida sección en la que colaboraban Antonio Hernández, Javier Iriarte, Alberto Reyes, Rafael Mendoza y Ernesto Castellanos y cuya información llegaba hasta los pueblos más recónditos del país.

¿Por qué decidió dedicarse a los medios?

Era también la época de los Beatles, de los movimientos estudiantiles, de las tocadas de rock. A pesar de que ese mundo bohemio lo atraía, tanto que incluso llegó a cantar en público, su hermano Gonzalo y su pasión por el beisbol, escenificaban la mística del periodismo, una vía alterna a un plan de vida que contemplaba carreras como dentista o veterinario, pero el destino ya estaba escrito.

“Mi hermano Gonzalo me antecedió como periodista. Él sabía más de béisbol que yo de boxeo, así lo digo. Sus conocimientos eran mayores, porque desde niño coleccionaba las estampitas de Peñafiel que llenaban álbumes”.

Camarillo alternaba los sueños artísticos con la posibilidad de relatar las andanzas de sus ídolos, encabezado por el legendario “Púas” Olivares, a quien conocería años más tarde y le confesaría su admiración. “Gonzalo fue el que me encaminó hacia esto, y me encantó. Yo ya escribía, ya hacía mis ensayos, sobre boxeo y sobre béisbol también, porque mi hermano me llevaba al parque, entonces él me dijo un día, ‘tú escribes mejor que muchos de los que ya están’, tengo la fortuna de tener ortografía, y bueno, fue así que me metió en La Afición”.

Aquellas fueron las primeras andanzas de una carrera prominente. Ya enrolado en la frenética dinámica del Diario de los Deportistas, José Luis Camarillo recorría los gimnasios del Distrito Federal, tres o cuatro veces al día. La cercanía con los peleadores le permitía conocer al deportista desde otra mirada. “Me metía a los vestidores para ver qué hacían entre ellos. A los vestidores, a los baños, echando relajo. Y eso da una apertura tremenda, un conocimiento, un panorama muy grande de cómo es el deportista”.

El profesionalismo de Camarillo pronto lo llevó a cubrir sus primeras peleas en el extranjero. El saber inglés era un punto distintivo, pero también el ojo que tenía para ver los detalles en un deporte como el boxeo, siempre a expensas de algo que cambie el rumbo de las peleas. “Tiene la magia de lo inverosímil. Lo impensado o impensable. Lo inimaginable puede pasar”, define el periodista.

José Luis Camarillo bautizó a Julio César Chávez

Su intuición lo llevó a ver en un novel Julio César Chávez al gran campeón que sería luego. A José Luis Camarillo le tocó cubrir todas y cada una de las peleas del mexicano, ya sea en México o en el extranjero. Sobre todo aquella contra Taylor “su pasaporte para que entrara a la inmortalidad”, dice. “Nos echamos varios whiskys, convivimos tantas veces. Todas sus peleas más importantes las cubrió el ESTO, a través mío”. De su invención es aquel sobre nombre del “César del boxeo” que se convertiría en un término de dominio popular. Un homenaje al ingenio, las palabras que trascienden.

El paso de los años le permitió entablar una relación cercana con el ídolo mexicano. Camarillo recuerda anécdotas con la misma agilidad con la que es capaz de evocar las fechas de los Campeonatos Mundiales, las batallas plagadas de épica entre los grandes campeones, su desenlace, los rounds en los que llegaron los nocauts. El periodista narra las historias con naturalidad, con el tono justo, como quien cuenta un secreto.

Julio César Chávez tenía su mano lastimada antes de la pelea con Camacho, porque siempre tuvo problemas con la derecha. Entonces, Carlos Salinas de Gortari volteó a ver al doctor Sergio Sandoval Caro y le dijo: ‘esa mano va a estar lista para la pelea, ¿verdad doctor?’, era una orden presidencial”, esa escena, relatada por José Luis Camarillo, quedaría registrada en la película “César Chávez”, del actor y productor Diego Luna.

“Cuento todo porque los grandes maestros, los grandes entrenadores, los grandes managers, los mismos boxeadores te dejan muchas enseñanzas. Y siempre supe separar el ser humano del boxeador”, dice, con la consciencia de tener material para hacer un libro, pero hay líneas que no se cruzan.

Camarillo también tuvo la oportunidad de seguir de cerca la carrera de otros grandes campeones, como Mike Tyson, y su primer título, el campeón más joven, o Muhammad Ali, el más grande que sus ojos vieron.

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APRENDIÓ DE GRANDES MAESTROS

Con el paso de los años, la figura de José Luis Camarillo se hizo habitual en Las Vegas. Podría recorrer con los ojos cerrados el kilométrico MGM. El periodista observaba las peleas con atención, en aquellos lugares reservados para la gente importante, en la magia que supone escribir la crónica en la mente para después llevarla al papel. “Mi primera crónica me la corrigió Jorge Bermejo, otro de los grandes maestros que tuve, además de mi hermano Gonzalo. Tuve a los mejores maestros”, dice Camarillo, en el relato de una lista a la que también se unen personalidades como don Víctor Cota y don Tomás Morales.

Esas primeras crónicas, que al principio dictaba, y luego mandaba por fax, y ya después por correo electrónico. Siempre contra el tiempo, contra el cierre frenético del diario, contra la presión que ejercían los jefes, a la distancia, figuras de la talla de los inolvidables Guillermo Chao, Nacho Matus, Carlos Trápaga, Antonio Andere, y tantos más que han dado vida al Diario de los Deportistas.

Aunque el periodista no podría decir cuál fue la mejor de sus crónicas, la decisión se la deja a los colegas. Según Eduardo Lamazón, por ejemplo, la mejor crónica de boxeo que ha leído fue aquella que escribió Camarillo sobre la pelea de Chávez contra Joey Gamache, cuando el mexicano recién había salido de los problemas de hacienda.

El Periódico ESTO hacia la diferencia en el mundo del boxeo

El boxeo también le permitió conocer a grandes personalidades. “Hice muchas amistades con mucha gente importante, promotores como Don King. Él decía ‘ESTO, número uno”. El propio Bob Arum, ahí en una conferencia, me mencionó un par de veces. Él y Don King son los más grandes promotores de toda la historia”, también fue cercano a don José Sulaimán y ahora, a su hijo Mauricio. “El ESTO hacía la diferencia, tenía yo la ventaja sobre mis colegas, a veces pienso que fue un plus, porque todo mundo quería salir aquí con nosotros”.

Al paso de los años, cuando el ritmo de los viajes y las coberturas bajó, el señor Camarillo dedicaba cada tarde a editar su información. Con la calma de siempre, imprimía su plana y buscaba un lugar silencioso en la redacción para leer lo escrito y detectar cualquier error. Era casi un ritual verlo a distancia. Así como se hizo costumbre también escuchar sus pláticas, bromear con los compañeros, el saludo respetuoso al llegar y al irse, ya tarde, entrada la noche, con la certeza de quien por fin venció al tiempo.

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Después de 49 años José Luis Camarillo se despide del ESTO, el periódico que siempre será su casa, y a veces hasta su nombre y apellido.