Por años, Bill Belichick ha sido considerado como el hombre más serio de toda la liga, no abundan sus fotos sonriendo, apenas unas cuantas reflejan una alegría auténtica, las otras suponen una leve mueca, No deja de ser curioso, sin embargo, que se trate del entrenador en jefe que se convirtió a lado de los New England Patriots en el más ganador en la historia de la NFL.

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La contradicción, si se le puede llamar de esa manera, refleja a la perfección la personalidad de Belichick. El Monje reserva sus sonrisas para los momentos de gloria verdadera. Como si solo un Vince Lombardi en la mano activara su mecanismo facial. Es raro verlo celebrar una jugada, solo algunas, acaso en las que va implícita su genialidad, ese instante en el que el mundo es como se imaginó previamente.

Quienes lo conocen, aseguran que al interior Bill es mucho más abierto. No es el hombre de pocas palabras que suele zanjar las polémicas ante la prensa con frases breves, con la indiferencia como su principal arma. O el hombre que regaña cuando no le parece. Dicen que puede pasar horas analizando los aspectos del futbol americano, que no escatima las palabras, y acaso las sonrisas, pero eso pocos lo saben.

DOS DÉCADAS, DOS DINASTÍAS

Pocos imaginaban que su llegada a los Patriots cambiaría de tal forma la historia de la NFL. Antes de su arribo a Nueva Inglaterra, Bilichick contaba con una experiencia poco exitosa con los Browns, equipo al que dirigió por cinco temporadas, y a pesar de llevarlos a la postemporada, la cuenta final dejó una marca de 36-44 en un total de 80 partidos.

A su favor, sin embargo, Belichick tenía las horas compartidas con Bill Parcells, quien fue su mentor en los Giants. El Monje aprendió los secretos del coacheo desde la posición de coordinador defensivo y de a poco fue apuntalando una personalidad donde la disciplina era el punto central de todo.

Belichick recibió la invitación para dirigir a los Patriots de cara a la campaña del 2000. Por aquel entonces, en la hoja de logros de Nueva Inglaterra estaba el haber llegado al Super Bowl de la temporada 1985, aunque quedaron lejos de ganarlo, al caer por un contundente 46-10 ante los Bears.

Visto a la distancia, no había mucha esperanza de que Belichick hiciera lo que hizo; es decir, no en tales proporciones. En su primer Draft, el entrenador en jefe apuntaló varias líneas y en la sexta ronda reclutó al joven mariscal de campo Tom Brady, procedente de Michigan. Belichik no lo sabía, o quizá sí, y en realidad fue el único en ver en Brady el potencial oculto, pero aquella decisión cambiaría para siempre su vida.

BRADY Y EL INICIO DE LA ERA MÁS DOMINANTE EN LA NFL

A pesar de que el comienzo con los Patriots no fue el mejor, al finalizar su primera campaña con marca de 5-11, el entrenador en jefe logró cambiar la tendencia a la siguiente temporada, al culminar con un registro de 11-5. En el camino, una lesión del mariscal de campo titular Drew Bledsoe abrió la puerta a Tom Brady, y nunca más salió. La virtud de Belichick fue hacer de una casualidad un destino. A pesar de la presión mediática y del propio Bledsoe, ya recuperado, el entrenador en jefe mantuvo a Brady en el campo, como la pieza que faltaba a su genio.

El resultado era imposible de imaginar. Los Patriots llegaron a cuatro Super Bowls en siete temporadas, de los cuales ganaron tres, ante Rams, Panthers y Eagles, solo los Giants de Eli Manning y Tom Coughlin pudieron frenarlo.

NI EL TOPE SALARIAL FRENÓ EL ÉXITO DE BILL BELICHICK CON LOS PATRIOTS

En la década siguiente, cuando parecía que los Patriots sucumbirían a la época del tope salarial, Belichcik encontró la forma de mantenerse vigente. Con su tradicional gesto serio y su sudadera decolorada, como una cábala, el coach observaba desde la banda como los jugadores pasaban, pero no sus ideas. Los Patriots repitieron la fórmula, al ganar tres de cinco Super Bowls, al derrotar a Seahawks, Falcons y Rams, mientras que cayeron frente a Giants y Eagles.

Aunque sus últimos años en los Patriots no estuvieron a la altura de su legado, Belichick deja Nueva Inglaterra como el coach más exitoso en la historia no solo de la franquicia, sino de la liga. Aunque los títulos son su argumento inapelable, el Monje también logró superar las 300 victorias, al colocarse en la ruta de superar a leyendas como Don Shula y George Halas.

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