Si Wayne Rooney llevara una camisa de cuadros y caminara por los espesos y nevados bosques de Washington bien podría pasar por un leñador. La prominente barba canosa y el cuerpo de complexión gruesa parecen ir en contra del arquetipo de un entrenador de futbol, pero eso poco le importa al inglés, siempre ha ido en contra de lo convencional.

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El hoy entrenador del D.C. United busca compartir en el equipo capitalino parte de esa esencia que siempre lo rodeó en su etapa de futbolista, uno de esos jugadores que siempre parecen ir en contra de la regla, pero algo en ellos resulta irresistible.

Es probable que Wayne Rooney sea uno de los jugadores más peculiares de este siglo, desde irrupción en la Premier League, allá por el año 2002, cuando debutó con el Everton.

Por aquel entonces, a sus 17 años, aún tenía cuerpo de niño, Rooney parecía más un férreo mediocampista de contención que un delantero capaz de imponer su calidad y su técnica.

A Rooney, sin embargo, le bastaba un control o un disparo fuera del área para desmontar los prejuicios. A paso de los partidos, el delantero acumuló obras de arte, como aquella con la que se dio a conocer, en un Everton vs Arsenal, donde un golazo suyo no solo puso fin a una sequía de victorias ante los Gunners, sino que le dio tintes de estrella, una estrella en ciernes, con un mundo por delante, y ya se sabe que no hay nada más fascinante que eso.

Wayne Rooney se hizo conocido en los barrios de Liverpool desde que era un niño y ya su figura era vista con admiración. El delantero era capaz de marcar centenares de goles en los torneos colegiales hasta que cambió las canchas amateurs por las inferiores del Everton, donde se hizo futbolista.

Wayne Rooney llegó al United para marcar época

Condenado a la fugacidad de las estrellas de los equipos poco poderosos, Wayne Rooney acudió al llamado de Sir Alex Ferguson y su poderoso Manchester United. Vestido de rojo, el delantero se convirtió en el “Niño maravilla”. Los goles comenzaron a caer por montones, con un sello que combinaba de manera prolija la técnica y la potencia.

Rooney podía destrozar la red con un disparo de larga distancia, incluso detrás del medio campo, o mandarla al ángulo en una chilena perfecta. Con la selección inglesa también tuvo momentos brillantes, y algunas deudas, que nunca pudo pagar, como su poca producción en las Copas del Mundo.

Al delantero no le gustaba el gimnasio, y así se los hacía ver a sus entrenadores, obligados a pensar solo en el presente. Poco lo limitaba su complexión gruesa en el arte de marcar goles, pero el descuido restaba una productividad futura, aquejada por las lesiones. Aún así su explosión le permitió convertirse en el máximo goleador en la historia del Manchester United, con 253 goles.

Lejos del brillo goleador, Wayne Rooney encontró la forma de cumplir el rol de chico malo que proyectaba su imagen. Si dentro del campo sorprendía con su capacidad, fuera de él fue acumulando polémicas. No faltaron los escándalos sexuales, o los problemas con el alcohol, dados a conocer por su esposa. No faltan en su carrera los reclamos pasados de tono, o alguna que otra entrada violenta, para hacerse respetar.

Rooney siempre fue un adelantado a su época

La transición del jugador al técnico se dio de manera poco convencional. Rooney aún era futbolista cuando en su mente comenzó a pensar en la táctica. El inglés compartió roles por un tiempo, en el Derby County, hasta que un buen día, tal vez sin saberlo, quedó a un lado de la línea de cal para nunca más volver.

El técnico busca imprimirles a sus jugadores algo de su carácter, consciente de los riesgos que en su caso supone predicar con el ejemplo. El inglés conoce como pocos los polos del futbolista, capaz de ser uno dentro de campo y otro muy distinto fuera de él.

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