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17, diciembre 2019 - 9:16

┃ EFE

Megan Rapinoe

Foto: AFP

Por la celebración de sus goles, firmemente plantada sobre el césped, copete violáceo, brazos extendidos y mentón alzado, se distinguió Megan Rapinoe (California, 1985) durante el pasado Campeonato del Mundo.

También sus discursos, rotundamente reivindicativos ante la injusticia, tuvieron eco. Y es que la futbolista del Seattle Reign estadounidense agitó repetidamente a las masas, no solo por sus actos con el balón sino también por sus palabras ante un micrófono.

Su voz recoge desde hace mucho la lucha por los derechos del colectivo LGBT. Su figura se posiciona contra el racismo. Ocupa igualmente Megan Rapinoe el frente en la batalla contra la federación de Estados Unidos por la igualdad salarial, consciente de que el fútbol puede ser una plataforma de cambio en favor de la mujer.

El suyo puede entenderse como un desafío al tiempo. No quiere esperar cien años a que se igualen las diferencias y lo hizo ver durante la disputa del último Mundial.

Llegó a Francia siendo una futbolista de renombre -es, no en vano, una de las capitanas de la selección de Estados Unidos-. Hace pocos días, sin embargo, le concedieron el Balón de Oro reconvertida en un auténtico icono. Es el rostro femenino más visible del fútbol en la actualidad. Disfruta de una repercusión sin parangón entre las futbolistas.Aunque ha llegado a confesarse “algo abrumada” por esta atención desmedida, parecía su propósito atraerla o así se desprende de una conversación íntima con su novia horas antes de viajar a Europa.

– “Voy a teñirme el pelo de rosa”, advirtió la futbolista.

– “¿Estás segura de que quieres hacer eso el día antes de verte en el mayor escaparate de tu vida?”, le preguntó Sue Bird, cuatro veces campeona olímpica y tres veces ganadora de la WNBA.

– “Quiero hacerlo exactamente por eso”, cerró el intercambio ‘Pinoe’.

La excentricidad de su cabello la situó en el foco. El mundo empezó a preguntarse quién era la ’15’ de la selección de Estados Unidos. Se toparon con una extremo formidable y, de paso, con su discurso franco y reivindicativo, sin dobleces. Tal y como pretendía, las luces le permitieron extender sus mensajes más allá de su círculo.

En el multitudinario desfile de las campeonas por las calles de Nueva York, por ejemplo, erigida ya en estrella del equipo, mejor jugadora y máxima goleadora del campeonato, elevó la voz por la conciliación. “Este es mi encargo para todos: Tenemos que ser mejores, amar más y odiar menos, escuchar más y hablar menos. Es nuestra responsabilidad hacer del mundo un lugar mejor”, sostuvo.

Reclamó de ese modo Megan Rapinoe que en todas las comunidades quepan las diferencias que habitan la selección nacional de fútbol de los Estados Unidos. “Nosotras tenemos el pelo rosa y morado. Tenemos tatuajes y rastas. Somos chicas blancas, chicas negras, chicas de todos colores que existen en el medio. Somos chicas heterosexuales y chicas homosexuales”, argumentó.

AZOTE DE LA ADMINISTRACIÓN TRUMP

Su visión choca de manera frontal con Donald Trump. Megan Rapinoe emergió en los últimos meses como su antagonista.

Discutió el lema de su campaña -‘Hagamos a América grande otra vez’- por entender que en ese mensaje “no” caben “todos” sus compatriotas, con sus respectivas particularidades.

Desde la irrupción del empresario en la vida política del país, la futbolista no ha ocultado jamás su rechazo. Su riña, de hecho, se convirtió en pública desde que una frase de la futbolista saltase a las redes sociales en mitad del Mundial. “No voy a ir a la puta Casa Blanca”, decía Megan Rapinoe en un vídeo tomado en mitad de una sesión fotográfica.

Se convirtió en un fenómeno viral y, obviamente, encendió a Trump.

El presidente de los Estados Unidos le respondió a través de Twitter: “Megan debería ganar antes de hablar. ¡Acaba el trabajo!”.

Lo acabó. A lo grande. Con el trofeo y un sinfín de reconocimientos a su rendimiento individual.

Trump le pidió, además, que no fuera “irrespetuosa” con su país, la Casa Blanca y la bandera. Pero la futbolista se mantuvo firme en su decisión de no cantar el himno ni llevarse la mano al corazón. No lo hace desde el año 2016 cuando, arrodillada, se posicionó del lado del exjugador del San Francisco 49ers de la NFL, Colin Kaepernick. Así había iniciado él la protesta contra la brutalidad policial contra los afroamericanos.

La federación de fútbol de Estados Unidos reaccionó al gesto de su estrella con un protocolo para evitar este tipo de comportamientos ante el himno, la bandera u otros símbolos patrióticos. Pero de Kaepernick se acordó Rapinoe recientemente, al recibir el premio a la mujer del año.

“Mientras yo estoy disfrutando de esta atención sin precedentes, que para ser honesta también es un poco incómoda, y de este éxito personal que en gran parte es por mi activismo fuera del campo, Colin Kaepernick sigue suspendido”, lamentó, siendo fiel a sus creencias y a su concepto de justicia.

Ella gana al menos 500.000 dólares al año, de los que dona un 1 por ciento al proyecto solidario Common Goal para generar oportunidades para otros a través del fútbol. Puede permitirse un Rolex valorado en 35.000. Nunca ha tenido otro trabajo que no fuera el de futbolista. “Pero eso no significa que lo que estamos percibiendo sea equitativo”, subrayó en su lucha por unas primas y unas dietas similares a las que perciben sus homólogos masculinos en la selección nacional.

Las cantidades que perciben ellos son mayores pese a que su desempeño es inferior.

Iguales pidieron ser y sentirse Marta Vieira da Silva y Ada Hegerberg, de dos formas distintas. La brasileña celebró sus goles durante el Campeonato del Mundo dibujando con sus brazos el símbolo de igual. La noruega, en cambio, renunció a competir en la cita. Rechazó ir convocada con su selección para que el mundo del fútbol se preguntase por qué no jugaba la entonces Balón de Oro. ¿La respuesta? Por la diferencia de trato que les dispensa su federación.

En España, en cambio, se produjo un paro masivo el fin de semana del 16 y 17 de noviembre. Las futbolistas de la máxima categoría expusieron su hartazgo ante la falta de un convenio colectivo. La huelga fue su salida para reivindicar los derechos más básicos: salario mínimo, vacaciones o protección en caso de embarazo. Es el efecto Rapinoe. Más allá de 2019 trascenderá la futbolista del año.

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