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Mira

6, octubre 2016 - 11:14

┃ Luis García Olivo

petra

 

PETRA.- Día seis. La visita obligada a Petra.

La flamante maravilla del mundo deja sorprendido a todo aquel que ingresa a su antigua ciudad y recorre durante 12 kilómetros cada punto, montaña, piedra y vestigio de la vieja civilización nabatea que la creó hace más de 400 años antes de Cristo.

No importa el sol apremiante o estar por encima de los 38 grados celsius. No hay excusas. Lo ideal es un buen bloqueador, botellas de agua, zapatos cómodos, cámara fotográfica y un sombrero aguantador. ¿Listos? A emprender la marcha.

En total contexto desértico, dromedarios, caballos y burritos son ofrecidos para aligerar el viaje y echárselo en el lomo de un animalito. Sin embargo, la experiencia de caminar el largo valle por el que se transportaba el comercio hace siglos es una experiencia única e irrepetible, por más que las piernas no den para más.

Paso a paso y ascenso con ascenso por cada una de las montañas rocosas, el rosa nos acompaña. A donde se mire es el color natural de las piedras, que a lo largo del trayecto se juntan tanto que impiden la entrada de los rayos del sol.

En piedra labrada, excavada y esculpida se puede observar en gran parte del recorrido acueductos, tumbas, cuevas, caras, columnas, figuras de camellos y hasta un trato grecorromano que es parte de los principales vestigios que impresionan. Todos hechos a la perfección.

No obstante, lo mejor tarda en llegar. Luego de varias pausas por consumo de agua, toma de aire y limpieza del sudor debido al cansancio que involucra. El Tesoro, uno de los edificios mejor labrados y conservados, acapara la atención por lo gigante, perfecto y bello que se muestra luego de un camino de laberintos rocosos, por lo que el esfuerzo tiene su recompensa.

La toma de “selfies”, el convivir con los dromedarios y hasta con los vendedores de souvenirs es el receso perfecto para contemplar el Tesoro. El monumento que en su momento redescubrió un suizo de apellido Burckhdart, en 1812, dando paso nuevamente a ubicar dentro de un mapa a la ciudad de Piedra, Petra.

El camino sigue, la toma de alimentos y vitaminas se da en la antigua ciudad, con un moderno restaurante incluido hasta con Wi-Fi. El Monasterio es el siguiente edificio a admirar. Cuesta arriba y con aproximadamente 900 escalones, el trayecto a la parte más alta se convierte en infinito.

Qué importa, ya que el convivir con los beduinos, gente local de Petra, también es parte de la experiencia. Primero te ofrecen amablemente un té y después le entras a las compras mediante la venta de camellitos de madera y cerámica. También ofrecen pashminas, platos de recuerdo, y todo un “ajuar” en el que mejor prefieres decir que “a la vuelta” y no tanto porque estén feos y sí caros, sino porque los deberás cargar en subida y de bajada.

Después de un calvario en pleno desierto con un sol avasallador y sin nube que dé sombra, otro esfuerzo encuentra recompensa. Desde la parte más alta de Petra se admira el Monasterio. Aquí todo lo recorrido parece de miniatura y se presentan los grandes miradores hacia la cordillera rocosa que nunca se aparta de la ciudad.

Con par de kilos menos, exhaustos y la lengua de fuera, comienza el camino hacia el descenso. Uno intenta preguntarse el cómo, cuándo, por qué y con qué realizaron estas obras maestras. Cómo en la piedra labraron un eslabón rico en historia y por qué esa civilización desapareció en su totalidad.

Bien nos cuentan que los romanos tuvieron mucho que ver con su extinción, pero la idea de terremotos y hasta el pensar que humanoides construyeron esta ciudad son parte de las hipótesis y que aquí se convierten en preguntas sin respuestas.

Además de cansados, los turistas bajan anonadados, visitantes que cada vez son menos conforme pasan los años tras los conflictos bélicos que se presentan en Israel y Siria, disfrutan el momento, ya que la puesta del sol regala las mejores fotografías.

Las sombras y las distintas tonalidades de las rocas toman una mejor textura para el más diminuto observador. La penumbra y luego la noche se apodera de las montañas, el camino es iluminado con velas y tras una recreación musical por parte de un beduino, enciende el Tesoro, el mismo que admiró desde en un principio, cerrándose con broche de oro la visita a la gran Petra, una auténtica maravilla que muchas veces se convierte en indescriptible, y que pese a los siglos se mantiene tal cual como la crearon los Nabateos. Recorrido obligado si se visita Jordania.