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5, octubre 2016 - 12:13

┃ Alejandro Alfaro

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América es un equipo reconocido por las sensaciones que provoca. Pasión entre sus aficionados, y despreció del resto de fanáticos que, usualmente, se nombran como antiamericanistas, al tiempo de que suelen demeritar los logros conseguidos por los azulcremas, además de mofarse de sus derrotas.

Sin lugar a dudas, una de las parcialidades con mayor animadversión hacia las Águilas es la de Pumas, equipo con el que en las épocas recientes América desarrolló una enorme rivalidad, al grado de posicionarse como el Clásico Capitalino, por encima de Cruz Azul.

El nacimiento de este odio deportivo tuvo sus orígenes en la campaña 84-85. Los cremas, como campeones defensores, terminaron las 38 fechas del torneo regular con 46 unidades y en cuarto lugar, con un rendimiento ligeramente menor que el exhibido años atrás, en donde lideraron de punta a punta el certamen.

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Además, en Coapa habían sucedido cambios importantes. Carlos Reinoso dejó la dirección técnico y dio paso a la llegada del argentino Miguel Ángel “Zurdo” López, quien no le imprimió un sello tan espectacular al equipo, pero sí le dio solidez y equilibrio.

En contraparte, la Universidad terminó como líder general. Una camada de jugadores jóvenes y talentosos los apuntó como máximos favoritos al título. Luis Flores, Ricardo Ferretti, Manuel Negrete, Alberto García Aspe y Guillermo Vázquez eran algunas de las figuras más destacadas en el equipo entonces dirigido por Mario Velarde.

Para que las Águilas volaran hasta la definición por el campeonato tuvieron que imponer condiciones sobre el estado de Jalisco, ya que enfrentaron a Chivas en cuartos de final y Atlas en semifinal. A los rojiblancos los despacharon en la reedición de la final de un torneo antes con un 3-0 global, mientras que ante La Academia tuvieron que recurrir hasta la vía de los penales para sellar su boleto a la antesala del título.

Mientras tanto, Pumas hizo lo propio al dejar en el camino a Puebla y León, para dar pie a una definición por la copa inédita, y que confrontaría la juventud auriazul contra el experimentado cuadro amarillo.

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De poder a poder resultó la serie. Ninguno de los dos equipos cedió en sus respectivas canchas. Disputado 1-1 en el estadio Azteca y 0-0 en Ciudad Universitaria, en donde Héctor Miguel Zelada volvió a vestirse de héroe con intervenciones de primer nivel para evitar que Pumas se coronara en su campo.

Ante el marcador global, el reglamento de esa época establecía que debía jugarse un juego de desempate para decidir al monarca. Fue el 28 de mayo en el estadio La Corregidora de Querétaro. Pumas llegó con la confianza por las nubes, en los días previos declararon en diferentes medios de comunicación que sentían suyo el triunfo con base en su jovialidad, por lo que argumentaban que América no les aguantaría el ritmo. Al final resultó todo lo contrario.

Zelada, quien un año antes había sido el héroe, delegó la responsabilidad de cargar con el equipo al “Ruso” Brailovsky. Lo alentó a ser la estrella que brillara en la noche queretana y el argentino no falló. Su dorsal 23 desquició a la zaga felina, que no pudo contenerlo en la segunda mitad. Doblete del argentino y un gol más de Carlos Hermosillo fueron la rúbrica con la que América conquistó el bicampeonato.

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Quedará para la historia la imagen del “Zurdo” López, quien al silbatazo final corrió hacia el centro de la cancha, y con el puño en alto, gritó: “¡América por demolición, América por muerte!”, en alusión a lo acontecido en el terreno de juego y la superioridad americanista.

Desde esa noche, nada fue igual. Pumas se sintió afectado por el arbitraje, que a consideración suya no fue parejo en la marcación de penaltis, por mano dentro del área. Sin embargo, lo único cierto es que ahí nació un odio deportivo total entre ambas instituciones. Una rivalidad en la que América también ha sabido marcar jetatura sobre sus vecinos del Pedregal.

 

 

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